Un keniata ganó el «Nobel de Educación», premio por el que compitió el docente argentino Martín Salvetti

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Peter Tabichi es un profesor nacido en Kenia que estimuló el desarrollo de la ciencia en un aula donde el 95% de los alumnos son pobres. Su historia fue premiada con el Global Teacher Prize, un distinguido galardón que cada año entrega la Fundación Varkey y reparte un millón de dólares. La ceremonia de entrega se desarrolló en el Hotel Atlantis de Dubái, ante la mirada expectante de la comunidad educativa global y los otros nueve finalistas.

Entre los docentes que sortearon las 10 mil postulaciones iniciales que llegaron desde 179 países, se encontraba el maestro argentino Martín Salvetti, oriundo de Temperley y jefe del área de automotores y responsable de formación profesional para adultos en la Escuela de Educación Secundaria Técnica N°5 «2 de abril». ¿Quiénes son los finalistas del premio al mejor maestro del mundo que compitieron contra el representante argentino? Una breve reseña de cada uno de los docentes.

Peter Tabichi – Kenia

Tabichi es profesor de ciencias, pero también es franciscano y dona el 80% de su sueldo a los pobres. Da clases en la secundaria Keriko Mixed Day en Pwani Village, situada en una parte remota y semiárida del valle del Rift en Kenia, donde la comunidad convive con el hambre y la sequía. El 95% de sus alumnos vive en la pobreza y casi todos son huérfanos o tienen un solo padre.

En ese contexto, el maestro amplió el club de ciencias en la escuela. Ayuda a los alumnos a diseñar proyectos de investigación de tal calidad que el 60% califica actualmente para competencias nacionales. El año pasado, incluso, logró el primer puesto en la categoría escuelas estatales en la Feria de Ciencias e Ingeniería de Kenia después de exhibir un dispositivo que habían inventado para permitir que las personas ciegas y sordas midieran objetos.

Vladimer Apkhazava – Georgia

El maestro de educación cívica se desempeña en una de las zonas más pobres de Georgia. Los padres de la mayoría de los estudiantes se ven obligados a emigrar para conseguir trabajo y mantener a la distancia a sus familias. En el medio muchos chicos son forzados a salir a trabajar. El gran mérito de Vladimer Apkhazava es lograr que su escuela, la Chibati Public School, esté abierta para contenerlos y sacarlos del trabajo infantil incluso con la resistencia de las autoridades.

Sus logros son tangibles y escalaron a otras escuelas aledañas. Los colegios georgianos ampliaron sus programas escolares, antes exclusivos a los alumnos más destacados. Apkhazava recaudó fondos de empresas privadas para financiar manuales complementarios, recursos educativos y campamentos de veranopara los estudiantes más vulnerables. Incluso les ofreció un hogar a ocho adolescentes que debieron abandonar su casa natal por violencia doméstica.

Débora Garofalo – Brasil

No siempre estuvo ligada a la docencia. Su carrera comenzó en recursos humanos, como empleada en un banco. Al tiempo descubrió que su vocación estaba en otro lado. Cursó la carrera docente y se embarcó en su trabajo en San Pablo, en un punto rodeado por cuatro de las favelas más grandes del país.

Garofalo reconoció que no se estaba formando a los chicos para el futuro más próximo, que no se les enseñaba tecnología. Se le ocurrió, entonces, el programa «Robótica con chatarra». Claro, los recursos eran escasos. Algunos años después los objetivos están cumplidos con creces: más de 2.000 estudiantes participaron en su programa y llegaron a crear prototipos sofisticados. Aprendieron fundamentos básicos de la electrónica y luego avanzaron a la robótica más compleja, por ejemplo, utilizando chips controlables.

Daisy Mertens – Países Bajos

Mertens es docente de primaria. Ni bien se recibió, supo que trabajaría en las escuelas más carenciadas de Holanda. Se desenvuelve en una comunidad plenamente multicultural, donde es complejo acotar la brecha entre los chicos. Trabaja con 440 estudiantes y son habituales las clases con chicos de hasta 30 nacionalidades diferentes.

La maestra intenta involucrar al alumno en la planificación misma del proceso mismo de enseñanza-aprendizaje. Esto les permite «autorregularse», trazar objetivos de corto y largo plazo y evaluar su cumplimiento. En los hechos se materializa en proyectos de investigación sobre un tema significativa a la realidad del chico.Por caso, una de las iniciativas más grandes fue el diseño de un parque de diversiones sustentable.

Andrew Moffat – Reino Unido

Pocos años después de graduarse, Moffat llegó a trabajar en la escuela comunitaria de Parkside, en Birmingham, un establecimiento no solo con carencias sino también de profunda diversidad étnica. Al tiempo de establecerse se dio cuenta de que los problemas académicos, casi siempre, venían de la mano de otras dificultades sociales y emocionales. Sobre todo, de ser etiquetados como «outsiders» o «extraños».

Para paliar esa problemática, el profesor fundó el club «Embajadores de Parkfield». Funciona después de horario escolar y sirve para que los niños se acerquen a compañeros de diferentes etnias y religiones. También dirige un programa que él mismo creó llamado «No outsiders», que capacita a otros maestros sobre los modo de fomentar la inclusión en el aula.

Swaroop Rawal – India

Rawal no tenía entre sus planes ser maestra, pero después de convertirse en madre, ya con 37 años, notó que tenía algo para ofrecer. Vio que algunos de los métodos tradicionales de enseñanza generan estrés en los chicos y que esos problemas se trasladan al seno familiar. Hacia allí diagramó su trabajo después de especializarse con un doctorado: buscó fortalecer las habilidades para desenvolverse en entornos diferentes y aplicar nuevos métodos más cercanos al alumno.

La ya especialista no se conformó con trabajar en una escuela y aumentó su alcance a distintas comunidades de la India. Hoy su método de trabajo, que se basa en el «drama en la educación» e incluye discusión grupal, debates, juegos, canciones y dibujos, llega a niños que viven en la calle, chicos que trabajan, que viven en las zonas rurales más remotas e incluso alcanza a alumnos que asisten a las escuelas de elite.

Melissa Salguero – Estados Unidos

Cuando Salguero comenzó a enseñar en la Escuela Pública 48, ubicada en pleno Bronx, no había un programa específico de música desde hacía treinta años. No había instrumentos ni recursos. En su comunidad, el 59% de los niños vive en la pobreza y, por experiencia propia durante se formación, consideraba que la música iba a poder ayudarlos. Después de recaudar fondos, compró los equipos y formó la banda de la escuela, que tiene 75 integrantes.

Los resultados le dieron la razón. Los problemas de conducta y de inasistencia disminuyeron drásticamente en aquellos estudiantes del programa. Pero en la primavera de 2014, durante las vacaciones, el programa de Salguero perdió 30 mil dólares en equipos por un robo. La profesora le propuso a sus alumnos escribir una canción y hacer un video que pronto se volvió viral y llegó a Ellen DeGeneres, quien los invitó a su show y les donó instrumentos por un valor de 50 mil dólares. Cuatro años después, la maestra se quedó con el premio Grammy al Mejor Educador Musical.

Yasodai Selvakumaran – Australia

Selvakumaran da clases en Rooty Hill High School, una escuela pública en el oeste de Sydney, con estudiantes de diversas culturas y lenguas maternas. La escuela incluso tiene una matrícula de 65 estudiantes aborígenes del Estrecho de Torres. La comunidad lucha a menudo con la discriminación, con los estereotipos y la exclusión.

La historiadora puso el foco, entonces, en el maestro. Con apenas ocho años de trabajo, 200 docentes reconocen su influencia a la hora de planificar las clases. A pesar de tener la responsabilidad de cuidar a una persona con una enfermedad crónica, Yasodai logró mejorar los resultados de aprendizaje de la escuela donde se desempeña, habituados a estar muy por debajo del promedio estatal.

Hidekazu Shoto – Japón

Su objetivo es que sus alumnos logren la fluidez del idioma inglés que obtendría un estudiante después de un intercambio en el extranjero. Pese a no salir de su escuela de Kyoto, suele lograrlo. Lo hace a través de la tecnología y el videojuego: combina herramientas de Skype con Minecraft, que fomentan la comunicación con estudiantes de otros países.

En Japón, la enseñanza sigue signada por la tradicional memorización de contenidos. Shoto se propuso romper con esa corriente. A través del videojuego, los estudiantes entablan relaciones más allá de lo lúdico: incorporan habilidades de comunicación, trabajo en equipo y pensamiento lógico. El cambio del profesor fue tan notorio que llevó a algunos de sus colegas a incorporar la tecnología a la hora de dictar otras materias, rara vez asociadas al uso de dispositivos.


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