¿Llegó la hora de la presencialidad en las universidades?

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Entre abril y junio, el escenario educativo argentino fue eje de fuertes debates sobre la urgencia de la presencialidad de las clases a nivel inicial, primario y secundario. Sin embargo, el debate no tuvo impacto prácticamente en el nivel universitario. No hubo colectivos de padres, ni de alumnos, ni especialistas en educación preocupados por la vuelta a la presencialidad en las universidades. Recién en estos días, el gobierno de la ciudad de Buenos Aires está comenzando a plantear el posible paulatino regreso presencial de clases en las universidades, supeditado a la decisión de éstas y de los protocolos que deben presentar y de su aprobación por los gobiernos locales y el nacional.

Las universidades fueron los ámbitos educativos que, en su mayoría, más rápidamente y de mejor manera adecuaron las clases a la virtualidad, y sus estudiantes al ser mayormente jóvenes adultos fueron quienes pudieron adaptarse mejor a la modalidad remota, pero hay que plantearse seriamente la urgencia de que alumnos y docentes universitarios vuelvan al menos en parte a las aulas de manera física. En especial contemplando el avance de la vacunación en el país y los datos moderadamente alentadores de la actual situación epidemiológica.

Quedó claro que para los escolares las clases presenciales son indispensables. También lo son para los universitarios. El modelo presencial permite realizar experiencias que no se pueden replicar de igual manera en los hogares de manera remota. Tanto la escuela como la universidad son ámbitos clave en el desarrollo de la integración y redes de los alumnos, sobre todo, en los primeros años de cursada. Y, además, las dinámicas de interacción social entre el profesor y los alumnos en las instancias presenciales fomentan la participación de los estudiantes en debates que enriquecen su pensamiento crítico y que no se da de la misma manera en modelos virtuales o remotos.

El efecto psicológico del confinamiento impacta necesariamente en la capacidad de aprendizaje de los estudiantes. Muchos viven en ambientes poco favorables para poder adaptarse a los formatos virtuales (en lo que respecta a condiciones de su hogar, la disposición de una Internet que permita el desarrollo de clases en línea y el acceso a tecnologías requeridas).

Muchas universidades no llegaron a capacitar debidamente a su cuerpo docente para dar clases en línea, por lo que también la calidad de la enseñanza sufrió directo impacto en el nivel educativo. Además de que muchas de ellas tampoco tenían los recursos o la organización por un tan drástico cambio de modalidad de enseñanza.

No hay demasiados estudios sobre qué pasó con el aprendizaje en pandemia. Uno de los pocos que se conocen es “Zooming to Class?: Experimental Evidence on College Students’ Online Learning during Covid-19” del Institute of Labor Economics de la Deutsche Post Foundation, sobre el desempeño académico de alumnos de la Academia Militar West Point de los Estados Unidos durante el otoño 2020 en el hemisferio norte. Concluye que el obligado paso a la virtualidad por las medidas de confinamiento producto de la pandemia resultó en un descenso en los resultados de los exámenes de los estudiantes menos hábiles. Es decir, que las clases online enfatizaron las dificultades que los estudiantes con más problemas ya experimentaban antes de la pandemia.

Pero no solo se trata de manifestar la urgencia de volver a la presencialidad en las universidades por los efectos en el aprendizaje. Sino también de recuperar la voz de toda una generación de jóvenes universitarios que en la Argentina y en el mundo quieren volver a recuperar al menos una parte del dinamismo habitual de sus vidas. Estamos hablando de personas en formación y que requieren de sus espacios de independencia para comenzar a tomar decisiones y armar proyectos de vida, en una etapa en la que la sociabilidad es mucho más relevante que, por ejemplo, para los adultos con carreras maduras y familias armadas.

El aislamiento, el forzado paso al aprendizaje virtual y la incertidumbre de cómo seguirán los estudios generó y genera aún muchísima preocupación en los estudiantes universitarios. Una encuesta desarrollada a principios de 2020 por la Universidad Complutense de Madrid concluyó que las personas entre 18 y 39 años presentaron durante la cuarentena más ansiedad, depresión o sentimiento de soledad que los mayores de 60 años. En el mismo sentido, otra encuesta de la Universidad Nacional de Educación a Distancia también de España relevó que un tercio de los participantes durante el aislamiento presentaba un trastorno de ansiedad generalizado y en la misma proporción mostraba alteraciones severas de patrones de sueño y una quinta parte requería intervención profesional para la depresión.

En conclusión, el regreso a la presencialidad en el nivel universitario sigue siendo un tema muy postergado, no solo en la Argentina sino en buena parte del mundo. La diferencia es que, por ejemplo, mientras en Europa y en los Estados Unidos el nivel universitario avanzó a un modelo híbrido (es decir, una parte del alumnado tomando la clase en el aula mientras que la otra lo hace de sus hogares a través de alguna plataforma tecnológica), en nuestro país, esta modalidad no se llegó a plantear para los claustros universitarios. Es momento de visibilizar el impacto que tuvo, tiene y tendrá el modelo prácticamente 100% remoto al que se pasó el sistema universitario en nuestro país, y plantear con un plan concreto de regreso, al menos en parte, de la presencialidad de alumnos y docentes en las universidades en la Argentina.

Héctor Masoero – Miembro de la Academia Nacional de Educación
La Nación

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