Esta dicotomía se manifiesta también en el mundo laboral, donde se espera que los profesionales utilicen todas las herramientas tecnológicas a su disposición. Sin embargo, si no se les enseña a discernir y filtrar la información desde el principio, se corre el riesgo de que confíen ciegamente en lo que encuentran, como el caso del abogado en el Reino Unido que, que confiando plenamente en la respuesta generada por una IA, presentó una demanda con jurisprudencia ficticia.
Aquí es donde la educación tiene un papel crucial. En lugar de prohibir el uso de herramientas como ChatGPT, los educadores deberían enseñar a los estudiantes cómo utilizarlas de manera efectiva y ética. La inteligencia artificial puede ser una herramienta poderosa para complementar la enseñanza, pero debe usarse con discernimiento. Si se le explica este contexto al alumno, lo que sigue es beneficio.
El verdadero valor de la educación no radica en la cantidad de información que un estudiante pueda memorizar, sino en su capacidad para pensar de manera crítica y analítica. Las herramientas, ya sean libros, Internet o inteligencia artificial, son sólo eso: medios para un fin. Lo que realmente importa es cómo se utiliza esa herramienta y con qué propósito.
En lugar de ver a ChatGPT y otras herramientas de IA como amenazas, deberíamos verlas como oportunidades para enriquecer el proceso de aprendizaje. La clave está en enseñar a los estudiantes no sólo a usar estas herramientas, sino también a cuestionarlas, a ser escépticos y a desarrollar el pensamiento crítico y su propio juicio. Solo entonces podremos decir que estamos verdaderamente preparando a nuestros jóvenes para el mundo que les espera.
Ingeniero informático, especialista en tecnología, emprendedor, mentor, docente y CTO de Traditum, empresa de tecnología del sector salud. Lidera equipos de tecnología para resolver problemas concretos y generar soluciones que mejoran la vida de las personas.
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