Educación: más ministros que ideas

Comparte...

Parece que estaba entre los “funcionarios que no funcionaban” y, por eso, ante la derrota electoral y por presión de Cristina Kirchner, el ministro de Educación Nicolás Trotta fue desplazado de su cargo. Poco se sabe de la evaluación que se hizo sobre su política educativa, ¿acaso se hizo alguna? Era cuestión de cambiar “el elenco”, relanzar el gobierno con nuevas caras y Trotta -que no llegó a durar dos años en el palacio Pizzurno- entró en la volteada.

El de Trotta no es un caso aislado. Si uno mira la historia reciente, verá que todos los ministros de Educación nacional duran poco. Desde el retorno de la democracia, el país tuvo 20 ministros y la duración promedio fue 1,9 años, inferior al promedio latinoamericano que ronda los 2,3 años, según el Observatorio Argentinos por la Educación.

Es obvio que la duración de una gestión no está asociada necesariamente al éxito que tenga, pero sí habla mucho de la importancia que tiene el tema para los presidentes de turno, es decir, los titulares del Poder Ejecutivo.

Cada nuevo ministro viene con su equipo, debe evaluar lo que hizo el anterior, iniciarán nuevos programas. La pérdida de continuidad de las políticas públicas también impacta en la calidad educativa.

Hay más señales que muestran que la educación no está entre las prioridades. Desde octubre de 1983 la cartera de Educación cambió de nombre ocho veces. En el gobierno de Macri, con Alejandro Finocchiaro, fue Ministerio de Educación, Cultura, Ciencia y Tecnología. Y antes, con Esteban Bullrich, de Educación y Deportes. Cada cambio implica modificaciones en los organigramas y las políticas que se privilegian.

El ministro de mayor permanencia desde el 83 fue Alberto Sileoni (julio de 2009 – diciembre de 2015), con 6 años y medio de gestión. Las presidencias con mayor rotación de ministros fueron la de Raúl Alfonsín (4 ministros en 5 años y medio) y Fernando de la Rúa (3 ministros en 2 años). Solo hubo dos mujeres en el cargo: Susana Decibe (1996-1999) y Graciela Giannettasio (2002-2003).

Trotta había llegado con dos objetivos centrales en 2019: universalizar la educación desde la primera infancia y avanzar en la jornada extendida escolar. Metas similares a administraciones anteriores y que seguían como asignaturas pendientes.

La pandemia le cambió los planes y terminó centrándose en la gestión del cierre de escuelas. Recién sobre el final de su corto mandato impulsó cuatro leyes relacionadas a los objetivos iniciales, que ni siquiera llegaron a debatirse en el Congreso.

Ahora llega Jaime Perczyk con otra agenda: recuperar la “normalidad educativa” y buscar a los alumnos que se cayeron del sistema “uno por uno”. Los programas pueden ser mejores o peores, pero por lo visto hasta acá habrá que advertir que nada funcionará bien mientras la educación no forme parte realmente de las prioridades de los presidentes.

Clarin


Comparte...