El 5 de junio de 2018 para la mayoría de los y las estudiantes de primer año de las escuelas secundarias de San Clemente del Tuyú fue un día especial. Ese martes, habían sido convocados a la playa por sus docentes para celebrar el Día Mundial del Medio Ambiente. El punto de encuentro ―el límite entre la reserva Punta Rasa y la playa pública de esta ciudad bonaerense― no había sido elegido al azar. Desde hacía semanas docentes y estudiantes venían investigando sobre la importancia para la vida de la comunidad del humedal que protege la reserva.
Chicos y chicas comenzaron a llegar a la playa a las 10 de la mañana y poco después ya eran más de 100. Avistaron aves, valorizaron las especies en peligro de extinción, censaron lo que fueron encontrando en la playa, limpiaron la arena y cerraron el encuentro con el acto más importante del día: el compromiso ambiental.
El compromiso es un acto que la provincia de Buenos Aires reglamentó en 2012. A partir de entonces, todos los 5 de junio los y las estudiantes de primer año se comprometen a “proteger el medioambiente y promover acciones para su conservación y cuidado, de manera personal y comunitaria, como parte del trabajo cotidiano en la construcción de una sociedad cada día más justa”.
Claro que, más allá de la promesa, las escuelas de San Clemente ―como otras tantas del país― trabajan en la educación ambiental de distintas maneras a lo largo del año.
La Cámara de Senadores de la Nación aprobó (por unanimidad) la Ley N.° 27.621 de Educación Ambiental Integral el 14 de mayo pasado, pero ―como en San Clemente― son muchas las instituciones educativas que se adelantaron a la legislación.
Ya que la ley plantea que la educación ambiental sea una política pública nacional “permanente, transversal e integral” en todos los establecimientos educativos del país, conocer estas experiencias puede inspirar a otras escuelas.
“Para los que veníamos trabajando en educación ambiental, la ley significó ponerle un marco legal a lo que ya estábamos haciendo tanto en el desarrollo de experiencias pedagógicas como en cursos de formación”, sostiene Mónica Tissone, vicepresidenta de Educadores Ambientales en Red y directora del Instituto Superior de Formación Docente 186 del partido bonaerense de La Costa.
Por estos días, los ministerios de Educación de Nación, de las provincias y de CABA están elaborando los materiales de educación ambiental que se usarán en las propuestas pedagógicas para aplicar la ley. Como algunas jurisdicciones ya tienen sus propias normas, “la idea es que haya una bajada nacional que respete las autonomías provinciales”, informan desde el Gobierno.
El compromiso ambiental
Karina Álvarez es bióloga y docente de Ciencias Naturales. Da clases en el Instituto Inmaculada Concepción de San Clemente y en la Escuela Secundaria N.º 1 Manuel Belgrano de General Lavalle, a veinte kilómetros.
Cuando a comienzos de 2018 descubrió la resolución bonaerense que pauta cómo concretar el compromiso ambiental, se propuso ir más allá de las aulas en las que enseñaba e instalar el compromiso en todas las escuelas de San Clemente.
Para lograrlo, se reunió con gente de la Fundación Mundo Marino, guardaparques de la reserva Punta Rasa, docentes de la Universidad Atlántida Argentina y con otras organizaciones y personas relacionadas con el ambientalismo. Juntos decidieron convocar a todos los primeros años de las cuatro escuelas secundarias de la ciudad y hacer la promesa de cuidar el ambiente junto al mar, en el límite entre la reserva y la playa pública.
Empezaron por visitar las escuelas, hablar con los directivos y directivas, dar charlas y trabajar con los chicos y chicas sobre cuánto sabían de Punta Rasa. “Nos dimos cuenta de que nuestros estudiantes no sabían qué era una reserva, ni la importancia de este humedal en nuestras vidas”, cuenta Karina.
Para revertir esta falencia, empezaron a trabajar el tema de manera transversal e integraron varias disciplinas en un mismo proyecto. “Porque no hay que ver al ambiente como algo aislado, sino formar a los estudiantes con una mirada del ambiente atravesada por la economía, la cultura y la sociedad y relacionada con el concepto de sostenibilidad”, explica.
Limpiar la playa, como hicieron aquel 5 de junio de 2018, “sirve para reflexionar y concientizar sobre hábitos, consumo y ambiente desde distintas disciplinas. Y luego, para trabajar en plástica o tecnología con los desechos juntados en la playa, reciclarlos y ―en algunos casos― convertirlos en obras de arte”, dice Karina .
En cuanto a los materiales didácticos con los que trabaja la educación ambiental, se van elaborando a partir de notas periodísticas, videos, documentales, libros, entrevistas a personas involucradas en el tema o artículos académicos. “Porque formarse con una perspectiva ambiental”, explica la docente, “no tiene que ver con la forma tradicional de enseñanza en la escuela, sino con un proceso de reflexión más profundo que permite analizar qué cuestiones modificaron el ecosistema”. Y agrega: “Está bueno que no tengamos un manual. Así no caemos en la repetición y se respeta la temática que moviliza al grupo”.
Un aspecto importante de la educación ambiental es trabajar sobre problemáticas territoriales. Es decir, que tengan impacto en las comunidades en las que viven los y las estudiantes.
Enseñanza con impacto social
Para los y las habitantes de San Clemente, por ejemplo, el acceso al agua dulce es un problema grave. “A las napas de las que se extrae el agua para consumir en las casas está llegando agua salada y también aceite vegetal usado. Es decir, el que se usa para cocinar y se termina tirando en las playas o en las rejillas, que se filtra y empieza a aparecer en las napas de agua dulce”, describe Karina.
En 2019 el tema se instaló en los colegios de la ciudad y los y las docentes lo abordaron de manera interdisciplinaria. En el Instituto Inmaculada Concepción, por ejemplo, invitaron a investigadores para que estudiantes y docentes entendieran mejor el problema. Luego, cada docente, trabajó el tema desde su área.
“Como cierre del proyecto surgió que la escuela fuera un punto de recolección de aceite vegetal usado. Este aceite luego lo retiraba la Cooperativa de Obras y Servicios Públicos de San Clemente del Tuyú Ltda, que es la que abastece de agua potable a la ciudad, que después lo enviaba a la empresa Albardón que lo transformaba en biodiesel”, cuenta Karina. La iniciativa se puso en pausa con la suspensión de las clases presenciales durante la pandemia.
“La promulgación de la ley de educación ambiental habilita nuevos modos de pensar la relación entre la sociedad y la naturaleza. Y realizar acciones más sustentables, desde todos los sectores: escuelas, instituciones del Gobierno, movimientos sociales, empresas, militantes ambientales, organizaciones y movimientos sociales y ecologistas”, reflexiona Tissone, de Educadores Ambientales en Red.
Otro punto importante de este avance normativo que subraya Tissone es que “si el proceso de enseñanza sobre las problemáticas ambientales locales está desarticulado de la gestión ambiental se generan contradicciones y la gente se siente desilusionada, se frustra. Porque siente que lo que sabe no le alcanza para solucionar los problemas cercanos. Mientras que articular educación y gestión permite ver resultados a largo plazo y generar una sociedad con mayor bienestar, orientada a la sustentabilidad de la vida”.
El problema que decidieron abordar los y las estudiantes de la escuela de General Lavalle, en 2019, fue el de los plásticos. Como aún no había adónde llevarlos (recién ahora se está conformando una cooperativa para reciclarlos) se propusieron trabajar en la reducción, reutilización y reciclaje de desechos plásticos.
Para eso, la guardaparque del Parque Nacional Campos del Tuyú fue a la escuela a conversar con estudiantes y docentes. “Trabajamos el tema desde Ciencias Naturales, que es mi asignatura. También en Matemática, donde hicieron cálculos de volúmenes, unidades de medidas y armado de gráficos. En Prácticas del Lenguaje desarrollaron la parte comunicacional. Hasta en Construcción de la Ciudadanía y Plástica trabajaron el proyecto”, relata Karina.
La potencia de trabajar de manera interdisciplinaria
La profesora de Geografía Pamela Hartig enseña en el Colegio Privado San Bernardo, en la ciudad costera de San Bernardo ubicada cuarenta kilómetros al sur de San Clemente. También en la escuela rural N.º 2 Leonie Duquet de Paraje Pavón y en la secundaria N.º 1 de Mar de Ajó.
“Enseño desde hace ocho años y como mi formación incluyó la materia Perspectiva Ambiental, en las clases de Geografía propongo un análisis crítico desde la economía y la producción de las problemáticas que se presentan en los territorios. Luego, trabajamos de manera articulada con otras disciplinas”, cuenta Pamela.
Desde hace cuatro años, articula junto a los y las docentes de Matemática, Laboratorio y Artística el trabajo con estudiantes de segundo año de la escuela de Mar de Ajó.
En las clases de Geografía trabajaron sobre los tipos de suelo: qué pasa con la salinidad del agua, la función del compost, cómo se puede hacer en casa y qué tiempo tarda en degradarse un residuo orgánico, entre otros contenidos.
“Al comienzo, los chicos no estaban muy interesados, pero cuando vieron que podían replicar en su casa lo que aprendían (desarrollar una huerta o hacer una compostera), se superengancharon”, dice Pamela.
En el proceso, visitaron la escuela ingenieros del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) que conversaron con los y las estudiantes, les llevaron semillas y folletería. “Que vengan especialistas a la escuela es muy importante porque rompe con eso de escuchar solo a los profesores. En este caso, les permitió enterarse de qué es y cómo funciona el INTA. Además, después las familias se acercaron al INTA a buscar semillas para las huertas que habían empezado a desarrollar en sus casas”, cuenta la profesora.
De esta manera, “a los chicos se les brindaron herramientas para valorar los alimentos que tienen sobre la mesa, saber qué es un agroquímico o qué pasa con el agua que consumimos en nuestra casa”.
De ese proyecto surgió la idea por parte de los chicos y las chicas de hacer cestos de basura para poner en las aulas, los pasillos y afuera de la escuela. Explica Pamela: “Trabajamos en el compromiso de traer al menos una botella cada uno, limpiarlas, diseñar los cestos, buscar los elementos que van a necesitar para hacerlos, fabricarlos y distribuirlos. Luego, supervisar el estado en el que se encontraban y evaluar si servían o no”.
Efectivamente, los cestos sirvieron no solo para mejorar la higiene del colegio, sino también para colaborar con el trabajo de los auxiliares.
En tanto, en la escuela rural de Paraje Pavón donde los chicos y las chicas viven en un contexto de producción de alimentos, uno de los temas de interés es en qué consiste una adecuada manipulación de alimentos. Otro, la importancia del comercio justo, esto es, sin intermediarios. “Con estos temas, ellos se van abriendo a nuevas ideas de progreso”, sostiene Pamela. Y cuenta: “En 2019, con los chicos que hoy están cuarto y junto al equipo de orientación escolar teníamos un proyecto de producción de flores. Ojalá, con la vuelta a las clases presenciales lo podamos retomar”.
De hecho, subraya Pamela que una de sus metas es sostener y hacer crecer alguna de estas iniciativas a lo largo de los años. “Sería ideal que un proyecto se comience en primer año y que si tiene potencial se desarrolle hasta el último”.
El impacto de la educación ambiental en la calidad de vida durante la pandemia también fue relevante. En 2020, en el Colegio San Bernardo, los y las estudiantes de uno de los cursos de Pamela se propusieron saberlo todo sobre una de las frutas que se producen en la provincia de Buenos Aires: la mandarina.
“Trabajamos sobre esta fruta en Historia, Geografía, Biología, Arte y Fisicoquímica… estudiando las migraciones, la composición química y nutricional de los alimentos, etcétera”, cuenta la profesora. Además, una estudiante tenía que hacer cambios en su alimentación por un tema de salud y trabajamos con su familia y los profesionales que la acompañaban para que lo que estaba haciendo en la escuela la ayudara en su tratamiento. A otra estudiante, que estaba triste y desganada, el proyecto la motivó a tal punto que ideó un sitio bellísimo en Instagram y organizó a sus compañeros para plasmar ahí el trabajo que habían hecho sobre las frutas”.
La importancia de la ley, concluye Tissone, “está en que amplía derechos porque abarca la educación formal, no formal e informal y permite que se adquiera conciencia socioambiental. Por ejemplo, conocer las causas de la crisis climática o interpretar con otros lentes problemáticas como la desigualdad social, la pobreza, los extractivismo y el agronegocio”.
En ese sentido cierra Tissone: “implementar la ley va a permitir descolonizar el conocimiento que teníamos y que ya no nos permite entender el mundo en el que vivimos, darle valor a otros saberes y construir nuevos conocimientos”.
Infobae