¿Qué efectos dejará la pandemia en la vida de las escuelas y las sociedades? Pregunta crucial para anticiparnos al regreso a las aulas, a unas “aulas sin muros”, con más “pantallas”, con actores subjetivamente transformados. Pregunta que indica que resulta imprescindible comenzar a imaginar la escuela que sobrevendrá al fin del aislamiento.
La escuela en modo remoto y las distintas formas de enseñanza–aprendizaje que experimentamos en estos meses obligan a una reflexión sobre la escuela como organizadora del tiempo (social, familiar, de niñxs y jóvenes), como espacio específico, como lugar de transmisión de la cultura, como lugar de la igualdad posible. Como lugar, en última instancia, que tiene que poder fortalecerse, re-emerger con una nueva configuración. ¿Qué conjugaciones se darán entre escuela y tecnologías en la post pandemia? La problematización y la recuperación crítica de la experiencia supone comenzar a pensar de otro modo la realidad actual y futura de las escuelas.
Tiempos y espacios: la escuela actuó durante mucho tiempo con un horizonte de futuro y como promesa de movilidad social ascendente: ¿qué queda de esa relación entre futuro y escuela? ¿Cuán necesaria es la escuela en nuestras sociedades? Existen signos en esta crisis que apuntan a pensar que las escuelas han dado respuesta en condiciones muy difíciles y que por tanto es dable esperar de ellas una transformación en la línea de la integración de lo aprendido en la emergencia. Sin embargo, a este imaginario y a esta posibilidad se le está oponiendo un discurso de carácter apocalíptico, sustentado en el “solucionismo tecnológico” que considera que la escuela es anticuada y debe ser reemplazada por otra ecuación. Ante ello, en un mundo en el que crece la “individualización de la referencia”, potenciado por las TIC ¿cómo valorar la transmisión selectiva de criterios, elementos y formas de la cultura heredada que contribuyen a la construcción de lo común por parte de la escuela?
También en este tiempo se ha revalorizado el lugar de la escuela como espacio de encuentro, de reconocimiento, de convivencia. Así la experiencia de estos días de transición hacia la escuela física nos habla con mayores posibilidades de una mutación de la forma escolar. Parece imponerse un cambio de formato para sostener ciertas funciones de transmisión cultural, a lo que hay que agregar la lógica de aprender a aprender (incluido el de aprender a programar) con otros. Y también a renovar la cita de cada generación con la cultura común (parafraseando a Benjamin), que hoy, por razones obvias, tiene más lugar en las redes que en la escuela. Pero esa cita está recortada por lo que cada uno puede o sabe encontrar, y se abren brechas importantes entre los sectores sociales, los perfiles de consumo, las generaciones. La crisis sanitaria y el modelo de intervención de las escuelas en la misma ha puesto en evidencia, por si no resultaba claro ya antes de ello, esas situaciones. Emerge un espacio de lo común para reponer. ¿Existe acaso en las sociedades otra institución capaz de eso, que no sea la escolar?
La transmisión por/con otros medios: el control de la escucha y la atención son campos en disputa en esta era de la conectividad permanente. Los desafíos que enfrentan hoy maestros y profesores por lograr interesar a los estudiantes por lo que dicen las figuras adultas en la escuela, y más aún por lo que dice el currículum, son múltiples. Frente a ello para algunos la respuesta es fácil: reemplazar a la escuela con plataformas de gestión de contenidos donde los estudiantes puedan encontrar lo que les interesa de manera rápida y eficiente, y a los maestros con algoritmos que permitan orientar a los alumnos en esa búsqueda. La educación taylormade. Por el contrario la escuela debe apostar a recrear el encuentro entre generaciones en la transmisión y renovación de la herencia cultural en estas nuevas condiciones. ¿Qué hacer, entonces? ¿Qué posibilidades tiene la escuela para insistir en una transmisión de la cultura en este nuevo contexto híper conectado? El desafío es encontrar formas de conectar mundos, de ayudar a los estudiantes a atender y acercarse a otros sonidos y otras experiencias del mundo que los que tienen inmediatamente accesibles. Es ponerlos en contacto, de otro modo, de manera renovada, con el patrimonio letrado, ciudadano y laboral además de conectarlos de manera crítica con lo audiovisual y digital.
Fortalecer la escuela
Queda claro que una escuela distinta saldrá de la experiencia acelerada de digitalización vivida en este tiempo. A partir de ello debe marchar a nuevas articulaciones con las familias y la sociedad. La escuela presencial, y este es un elemento que ahora puede valorarse de una manera más diáfana, puede ofrecer un contexto con una red de apoyo en el trabajo con otros, en la transmisión sistemática de una herencia común, en un saber que otros nos ofrecen, en un encuentro con otros y lo diverso, en un espacio donde uno puede equivocarse y volver a probar, porque eso es aprender.
Necesitamos escuelas que incorporen la novedad tecnológica, que dialoguen con ella, que incluyan pantallas pero que las piensen como ventanas al mundo. Que sean más abiertas, dialógicas y abiertas pero que se posicionen desde la necesidad de defender su especificidad en la transmisión y recreación de la cultura y el conocimiento.
El día después obliga al desafío de una mayor integración con la tecnología para potenciar aprendizajes situados y significativos de otro alcance.
La proyección hacia el pasado mañana supone reconfigurar a las escuelas como mediadoras culturales, que se posicionan en el escenario contemporáneo bajo la tarea de la transmisión que incluye la función crítica, el seleccionar tomando distancia del mundo para conocerlo desde otras perspectivas. En esa tarea quizá juegue un papel a contracorriente, porque las sociedades actuales se caracterizan por la velocidad, el entretenimiento y el abordaje de superficie de muchas temáticas. También por un marcado individualismo, contrario a la idea de lo colectivo y colaborativo con el que debe trabajar la escuela en la sociedad red.
Frente a estos desafíos, tampoco puede volverse a un repliegue conservador, que plantea una escuela cerrada, templo del saber, con una lógica reducida a ciertos contenidos tradicionales.
Ni el “solucionismo tecnológico” ni la “vuelta atrás” pueden ser los caminos para un desempeño activo y transformador a la altura de las demandas de las sociedades del siglo XXI.
Las escuelas están confrontadas hoy con varios desafíos simultáneos. Desde los contenidos deben tener frente a sí una triple agenda de alfabetizaciones que recorran desde la formación clásica en la lectoescritura, pasando por la formación laboral y ciudadana hasta llegar a la más cercana del mundo audiovisual y digital. Esas agendas deben integrarse con un horizonte de democratización que indica que hay que universalizar a la población en edad escolar desde los 3 a los 18 años. Junto a ello aparece la lucha contra la desigualdad en todos los planos: desde el acceso a la tecnología y a las escuelas, la conectividad, la apropiación de contenidos y la obtención de credenciales.
Frente a estos desafíos hay que soñar otra escuela. Multimodal. Abierta a combinaciones originales presenciales-virtuales, con diseños curriculares institucionales apropiados a cada contexto y cada situación. Aprovechando la coyuntura la escuela debe dialogar con lo emergente, generar un proceso de ruptura cultural con las prácticas dominantes en el mundo contemporáneo. Ello supone generar otros espacios, otros tiempos, otras dinámicas. La escuela debe hacer una diferencia en las oportunidades de aprendizaje que propone. En esa construcción convivirán pantallas y libros, en un hibridaje creativo, en una combinación pedagógica que requiere inventiva y un proyecto intencional de transmisión.
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