¿Cómo reinventar la relación entre los jóvenes y la escuela?

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Es un lugar común repetir que las nuevas generaciones que transitan por la experiencia escolar se parecen muy poco a la representación predominante sobre qué es ser estudiante. En el epígrafe de esta nota María Gainza rememora esas “horas muertas” de la adolescencia, como si la percepción del tiempo no fuera compartida con otros grupos etarios.

Su escritura da en el centro de una de las principales tensiones que tienen lugar hoy en la interrelación entre estudiantes y el sistema educativo: la sensación de estar en tiempos diferentes. Aquí presentamos algunas reflexiones para pensar los desafíos que enfrentan las políticas educativas. Partimos de la idea de un desacople y un malestar extendido ante una configuración escuela/jóvenes que no termina de encastrar ni de ofrecer un plafón de políticas educativas para el nuevo tiempo. Haremos mención a tres cambios para plantear algunas reflexiones ante este escenario.

Instituciones en modo avión

La escuela secundaria en América Latina y el Caribe desde hace al menos dos décadas se encuentra en el centro del debate, siendo foco de análisis y cuestionamiento por parte de distintos sectores. Estas discusiones ocurren al calor de cambios en el sistema educativo y de la necesidad de repensar su impronta, fortaleza, y también, el agotamiento de una serie de políticas que se impulsaron a la par de la masificación del nivel.

En estos años se instalaron proyectos institucionales sobre la educación sexual integral (ESI), de participación estudiantil, se promovió el sistema de convivencia –tanto en la redacción de las normas como en la resolución de los conflictos–. También existen discusiones sobre las materias que se enseñan —y permanentes intentos por enfatizar aquello que “debería” enseñarse—, la forma de transmisión de los conocimientos o la formación docente, y reformas que modifican el régimen académico, por mencionar algunas cuestiones.

Los resultados de las pruebas nacionales o a nivel internacional muchas veces cobran atención mediática, pero existe menor reflexión e incidencia en la agenda pública y en la toma de decisiones -más en un contexto de reducción del Estado nacional, y en muchos casos, de las provincias como responsables de la provisión de bienes educativos-.

Desagreguemos estos cambios. El sistema educativo en la Argentina, así como en varios países de la región, atraviesa un proceso que podemos enumerar en cuatro aspectos: la ampliación de la cobertura -especialmente en inicial, secundaria y, cada vez, los estudios superiores-; el aumento de los años considerados obligatorios; cambios en las cuestiones disciplinarias y en las modificaciones en los regímenes académicos.

Se configuraron nuevos marcos normativos y formas de transitar la experiencia escolar, maneras de resolución de los conflictos y mecanismos de evaluación que repercuten en las dinámicas de sociabilidad y en las trayectorias educativas. Estas transformaciones tienen lugar a la par de modificaciones en las dinámicas de la sociabilidad juvenil y de cambios en el rol y los sentidos que estudiantes y docentes otorgan al hecho de “estar en la escuela”.

No sólo llegan más adolescentes a las escuelas, sino que como consecuencia la población en su conjunto incrementó su nivel educativo. La secundaria conjuga sentimientos encontrados, por un lado se consolidó como escenario de la interacción obligatoria, por otro crecen los cuestionamientos a la manera en que tiene lugar el proceso de enseñanza y aprendizaje. Asimismo, una tendencia más reciente como la notable disminución de la tasa de natalidad tendrá enorme repercusión en qué infraestructura escolar precisamos, qué cantidad y tipo de docentes, qué dinámicas de enseñanza y aprendizaje podrían implementarse. Frente a un escenario de cambios culturales y demográficos la política educativa pareciera estar cómoda en una posición en modo avión, con múltiples funciones de las cuales se utilizan tan solo unas pocas.

Expectativas y malestares

En la década inicial de este milenio, a la par de los cambios en las leyes de educación y la extensión de los años considerados obligatorios, proliferaron estudios sobre el nuevo escenario, de fragmentación y diversificación de las instituciones. Desde entonces -como ocurrió en otras épocas, no hay que ser alarmistas-, la escuela secundaria, la educación superior, las identificaciones juveniles –o, dicho de manera más clara, las formas de ser joven– han experimentado innumerables alteraciones, aunque también persisten núcleos más clásicos. Las instituciones educativas han acompañado algunos cambios culturales de mayor escala.

Las diferentes trayectorias educativas muestran las tensiones entre un tiempo escolar acompasado, secuencial, estructurado en secuencias únicas e indivisibles y unos ritmos juveniles que adquieren otros modos de estar en la escuela. Esta disrupción temporal se traduce en diferentes dimensiones: modos de habitar el espacio escolar con mayor circulación; una presencia nómade o flotante; en la interrupción del tiempo escolar; en la tensión entre la percepción de inmediatez y de acceso ilimitado a los consumos que proponen ciertas tecnologías y la adquisición de saberes que requieren tiempos de mediano y largo alcance. Asimismo, en el espacio escolar pareciera primar una idea de zapping en la adquisición de contenidos, que no tiene que ver sólo con la organización jerárquica de los saberes. Los docentes describen escenas en las que resulta difícil sostener la atención de una película entera, los tiempos de determinada secuencia, que no roten dentro del aula o se paseen por la escuela. Hay aquí una narrativa de la importancia de la educación secundaria que aún no ha logrado reconstruirse.

En tercer lugar, y en sintonía con este punto, informes recientes, como el de la OCDE, señalan que finalizar el nivel secundario no es garantía de mejores ingresos o posiciones sociales. He aquí un problema: el trabajo muestra que en nuestro país para que la educación tenga un efecto en las posiciones a ocupar se requieren muchos años de constancia. Los datos muestran que en Argentina el desempleo afecta menos a quienes poseen alguna titulación del nivel superior (4,1%) y sube al 7,2% entre quienes lograron terminar la secundaria.

Ahora bien, observando en detalle los datos no aparece una diferencia significativa entre estos y quienes no lograron finalizar el nivel (el porcentaje se ubicaba en el 7,8%). Terminar el secundario sigue siendo importante, pero lo decisivo para mejorar los salarios y las oportunidades es completar estudios superiores.

Argentina es de los países que menos recursos invierte por estudiante. Se ubica en el puesto 39 de los 45 países relevados, de acuerdo a los datos del año 2022. Posiblemente ante la reducción de programas y el ajuste implementado por el gobierno electo en el año 2023 la situación sea aún más dramática. Sin pretender establecer relaciones lineales pareciera existir una vinculación entre el nivel de inversión en educación y la posibilidad de alcanzar mejores logros educativos, que a su vez se traducen en mayores oportunidades laborales y mejores ingresos en el futuro. O al menos habría que explorarla.

En estos años recientes nos topamos con la extensión de malestares (más constatables a partir de la pandemia) y con una sensación ambivalente entre los y las estudiantes: oscilan entre creer aún en la educación como esperanza al futuro y la desazón que deteriora el valor otorgado a la presencia escolar.

Como si el esfuerzo no valiera la pena. Cabe preguntarse, y necesariamente incorporar en la agenda pública la pregunta por el deterioro de la confianza en la educación. En este contexto, la erosión del poder simbólico a la escuela como cara del Estado se manifiesta, entre otras cuestiones, en el desinterés o el rechazo a las narrativas escolares, las ausencias (y las presencias ausentes), la incertidumbre ante el futuro, las dificultades en los vínculos entre estudiantes y entre ellos y ellas y sus docentes.

Estamos ante una coyuntura que requiere de nuevas ideas y propuestas en educación -y de presupuestos para implementarlas-. Se trata más bien de construir una nueva narrativa que vuelva a ligar derechos-calidad-igualdad-mérito-esfuerzo.

*Coordinador Académico del Doctorado en Ciencias Sociales de FLACSO Argentina. Conferencista del VI Congreso Latinoamericano y Caribeño de Ciencias Sociales de FLACSO

Fuente: pagina12.com


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