“Alrededor de la mitad de la población económicamente activa de América latina trabaja en la economía informal”, dice el mexicano Alejandro Llovet, director de estrategia de Virtual Educa. Y sigue: “Si hacemos un acercamiento, veremos que todas esas personas normalmente trabajan para algún familiar o en autoempleo”. Si la mitad de nuestro mundo está involucrada en trabajos de baja calificación —como la venta ambulante de alimentos o la producción de artesanías en una feria comunitaria—, llama la atención que no exista una educación formal asociada al mundo del emprendimiento para estas personas.
“Hay algunos programas en universidades”, dice Llovet, “algunas escuelas, algunas incubadoras de negocio, pero los resultados son muy pobres”. La razón de esa exigüidad es que no hay programas que provengan de la educación básica: “Mi planteamiento es el siguiente”, dice, “dado que el emprendimiento es tan importante para la economía y el desarrollo social de las personas, su educación tendría que ser parte de la agenda básica”.
Ante el lugar común y el prejuicio, Llovet aclara que el latinoamericano es esencialmente una persona que se dedica a emprender, pero, como no aprende a emprender, fracasa muchas veces. “Hasta que, a lo mejor, en el quinto intento logra algo muy pequeño”. Por supuesto no así en todos los casos, pero habitualmente los que tienen éxito son aquellos que sí han tenido educación. Y muchas veces fuera de América latina.
—¿Cómo se enfrenta a esta situación?
—Pues, por una parte, es necesario voltear a ver el mundo de la empresa y reconocer que va demandando distintas habilidades, para tratar de conectar todos los programas educativos hacia esas habilidades demandadas. Y “empresa” no necesariamente significa la “gran empresa” o la “multinacional”: también puede ser el emprendimiento personal. En la medida que una persona de cualquier edad tenga la capacidad para emprender, va a poder desarrollarse exitosamente.
—¿En qué momento se debería empezar a enseñar emprendedurismo?
—Desde que el niño aprende a hablar.
—¿De verdad?
—¡Claro! Porque son capacidades que le van a servir para toda la vida. Son habilidades como liderazgo, el autoconocimiento, el trabajo en equipo, el compañerismo, la seguridad en uno mismo. Son habilidades que le van a servir para otras cosas. Si es hábil para emprender, va a ser hábil para comunicarse, va a ser hábil para hacer un pitch, va a ser hábil para hacer abstracción numérica y una proyección, para desarrollar un feeling que le permita llenar la necesidad de un mercado, de un cliente interno o externo.
—En la escuela ¿quién puede ser el cliente interno?
—Mi cliente interno puede ser otro compañero. Y mi cliente externo puede ser la abuelita y qué le voy a regalar en el día de su cumpleaños. El emprendedurismo no necesariamente significa crear una empresa.
—No es educación financiera.
—No es educación financiera. La educación financiera forma parte del emprendedurismo, como forma parte de muchas otras habilidades. Al menos son ocho habilidades las que se tienen que desarrollar para el emprendedurismo. Como decía antes, algunas son el trabajo en equipo, el liderazgo y el self-confidence, la autoestima.
—¿Qué significa emprender?
—Aprender a fallar. No solo aprender a fallar, sino generar el fallo, generar el error. Generar el error forma parte de aprender a emprender. Todos aprendemos de nuestros errores. Es más, nuestros aprendizajes más profundos y que duran para toda la vida, suelen estar asociados a nuestros fallos más fuertes. Pero si le tenemos terror al error, si el error se maneja dentro de las escuelas como lo que se hizo mal, lo que estamos generando en los niños es una aversión al error. El error es fuente de conocimiento y de aprendizaje. Tendría que estar presente a lo largo de toda la vida escolar.
—¿La escuela acepta el error?
—El error es una nota en rojo, pero ¿qué haces con la nota en rojo? Si no hay un proceso de retroalimentación ni de reaprendizaje… Si cometo un error, lo primero que tengo que hacer es desaprender aquello que me llevó al error, y después reaprender. El problema es que nos quedamos con el error nada más.
—Muchos empresarios exitosos terminan yéndose a Estados Unidos y Europa. Hoy, uno de los grandes desafíos de América Latina es que pueda alimentarse de, por ejemplo, la materia prima de la economía del conocimiento. ¿De qué manera se las acompaña a esas personas para que no migren?
—Sin duda que, sobre todo, si hablamos de conocimiento técnico y de las habilidades STEM, esos conocimientos, en su gran mayoría, pueden ser proveídos de manera remota. Entonces, las cámaras, asociaciones y el mundo laboral tienen que saber conectar mejor con las empresas contratantes. En Estados Unidos hay una carencia tremenda de talento. Es mucha más la oferta de talento que lo que realmente se logra entregar en las empresas. Entonces, ¿qué acaba sucediendo en Estados Unidos? Contratan empleados de la India, de China, cuando lo tienen en América Latina en el mismo huso horario, y les podría salir mucho más barato. Y esas personas, a su vez, no tendrían que alejarse de su familia. Podrían estar tranquilamente ganando en dólares desde su país de origen. Pero, por supuesto, es necesario que desarrollen otros skills, como el del idioma inglés, que continúa siendo una gran barrera.
—En una conferencia en la que estuve a comienzos de año, Freddy Vega, de Platzi, dijo que cuando empezó a pensar su compañía, alguien en la universidad le dijo: “Los latinoamericanos siempre piensan en pequeño”. Quería preguntarle qué opina de esa frase.
—Yo creo que culturalmente estamos diseñados para pensar en pequeño. Coincido con esa visión. Pero no coincido necesariamente con que pensar en grande significa pensar para todo el mundo o pensar para Estados Unidos. Si tan sólo pensáramos en la erradicación de los problemas asociados a las ODS en nuestra región, eso ya es pensar en grande. Si erradicamos en algún lugar la pobreza o la falta de educación y conseguimos empleo para miles o millones de latinoamericanos y después eso que puede generar en una herencia transgeneracional, pues eso ya es pensar en grande. ¿Qué pasaría si de este 50% de la población económicamente activa que está en la economía informal, el 10% recibiera educación en emprendimiento? ¿Qué impacto social generaría, qué impacto económico generaría, qué impacto en la educación y en la calidad de vida de las personas?
—¿Cómo se llega a ellos? La gente que está en la economía informal es gente de pocos recursos.
—Ese es un tema que está por descubrirse. He estado participando en diversos pilotos en distintos lugares y estamos tratando de descubrir cuál es la fórmula. Normalmente, cuando me enfrento a instituciones educativas, al principio las escuelas acogen este tipo de proyectos muy bien. Pero en cuanto entienden lo que implica implementar estas ideas, ya no prosperan porque hay una barrera natural por parte de los docentes a la exploración de cosas diferentes. Y, como el beneficio no se ve en el corto plazo, ahí también hay otra limitación cultural. Por eso, creo que, sin dudas, para saltar esas barreras, una forma de implementar este tipo de proyectos es haciendo comunidad.
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