Existe una gran brecha entre qué aprenden nuestros alumnos y qué necesitan aprender, cómo aprenden nuestros alumnos y cómo necesitan aprender y dónde aprenden nuestros alumnos.
Desde hace ya varios años, la ciencia viene arrojando luz sobre un tema clave en la educación: las neurociencias. Las amplias investigaciones acerca de cómo funciona el cerebro y en particular acerca de cómo aprendemos, nos ayudan a comprender qué se pone en juego en los objetivos de aprendizaje y los procesos de enseñanza.
Hoy, gracias a los aportes de la ciencia, podemos comprender los procesos cognitivos que participan en el aula, tales como las funciones ejecutivas, cómo funciona la memoria, cuándo prestamos atención y cuándo no, qué sucede cuando desarrollamos la curiosidad en los alumnos y el rol de las emociones en el aula, entre otros.
Los estudios científicos nos revelan que hay factores que promueven o inhiben el aprendizaje. Los docentes deben estar familiarizado con estos aportes que nos brinda la ciencia para de esta manera a ayudar a los alumnos a llegar a su máximo potencial.
Claramente acceder a esta información y cambiar no sólo un sistema, sino además las creencias de docentes, alumnos, padres, inspectores, supervisores y demás, no es sencillo. Pero es necesario. Si lo que deseamos es ofrecerles a nuestros alumnos la mejor educación posible, el momento es hoy.
Pareciera ser una contradicción: si el objetivo de la escuela es preparar a los alumnos para el mundo que viene, entonces no podemos seguir brindándoles herramientas del pasado. Cambian los celulares, cambian los autos, cambian los televisores, cambia la manera en que nos comunicamos, pero lamentablemente la educación no. Seguimos teniendo docentes que enseñan como ellos aprendieron, a alumnos que necesitan aprender cosas nuevas y de maneras diferentes. Sin la decisión de los directivos, pasarán cien años más y las cosas seguirán igual. Es la inercia lo que no nos permite avanzar.
Cualquier persona que contrata personal estará de acuerdo en que si bien las cuestiones técnicas son importantes, de nada le servirán a la persona si no puede adaptarse, ser flexible, mantenerse motivada a pesar de las dificultades, ser creativa, innovar, conectar con la gente, aceptar la crítica constructiva, ser parte de la solución y no del problema, que pueda pensar; es decir, habilidades de este siglo, que ya no son opcionales.
Los estímulos de los chicos han cambiado. A diferencia de lo que estaba disponible décadas atrás, hoy tienen a su disposición consolas de juegos, celulares poderosísimos, parlantes inalámbricos para utilizar donde quieran, cuando quieran. Difícilmente un docente parado en frente del aula pueda competir con todo este mundo de estímulos instantáneos. Necesitamos poder captar la atención de nuestros alumnos a través de múltiples recursos que los atrapen. ¿Por qué muchos chicos se aburren en Historia pero les encanta History Channel? Tal vez porque la persona detrás de History Channel es un apasionado por la historia, y ese entusiasmo traspasa la pantalla del televisor. El entusiasmo es contagioso. Nunca debemos menospreciar el valor de un docente apasionado.
Por otro lado, nada más triste de ver en un aula a alumnos que parecen como anestesiados. ¡Debemos potenciar sus sentidos! Muchos están tan aburridos que no logran conectar con lo que pasa en la clase. Es más, muchas de las tantas actividades que se les sigue pidiendo a los alumnos hoy son aburridas, sin propósitos claros y no desarrollan habilidades esenciales como el pensamiento crítico o la creatividad. Para que las actividades sean productivas deben involucrar a los alumnos cognitiva y emocionalmente, estar centradas en el alumno, tener un objetivo real –es decir, ser necesarias–, ofrecer un tiempo de trabajo razonable y estar al nivel de los alumnos. Para lograr aprendizajes significativos y relevantes, necesitamos poner énfasis en el desarrollo de la autonomía, el pensamiento crítico, las habilidades de pensamiento de orden superior y el uso de la tecnología (como medio, no como fin). Como hemos dicho, ya no se trata de transmitir contenidos, sino de ayudar a los alumnos a fusionar el contenido, a aplicarlo, a manipularlo para cambiar las cosas, a hacer algo con ese contenido, es decir, ¡a ponerlo en acción!
Los chicos estudian, rinden, aprueban y a los tres días ya se olvidaron lo que aprendieron. ¿Aprendieron? Seguramente no. Pero aprobaron, lo que hace que el alumno siga esa repitiendo ese patrón y sigamos sosteniendo ese sistema de priorizar el aprobar por sobre el aprender. Los alumnos deben saber que estudiar para aprobar, y no para aprender, daña significativamente sus habilidades de aprender en el largo plazo.
El docente ya no es, como sí lo era hace décadas atrás, la única fuente de conocimiento. Hoy el conocimiento está a un clic de distancia, en la computadora, el celular, muy al alcance de la mano. También en el trabajo colectivo. A veces, el mismo alumno sabe más de un tema que el docente, lo que genera un sentimiento de amenaza en algunos docentes. El docente hoy es un facilitador. Es quien facilita, a través de las estrategias didáctico-pedagógicas y el clima en el aula, que sus alumnos aprendan.
Alimentarse, ejercitarse, y dormir bien también influyen en el desarrollo cognitivo. Es decir que debemos trabajar no sólo en qué ocurre dentro del aula, sino fuera del aula también. La evidencia científica nos indica que un sueño adecuado desempeña un papel vital en el aprendizaje y en la consolidación de la memoria. Por lo tanto, cualquier trastorno en el sueño impacta directamente en el funcionamiento general y en el rendimiento académico. Además, el sueño consolida la memoria. Por otro lado, ciertos tipos de deficiencia nutricional impactan negativamente en el cerebro y en el desarrollo de las funciones cognitivas.
Una breve encuesta a los padres, para saber cómo duermen y qué o si desayunan los chicos antes de ingresar a la escuela, puede brindarnos información importante que luego podemos procesar y hacer una devolución para concientizar a las familias acerca de estos aspectos tan importantes para el buen funcionamiento del cerebro.
Muchas decisiones están basadas en qué le funciona mejor al adulto o al sistema y deja de lado los beneficios para el alumno. Por ejemplo, ya sabemos que el ritmo circadiano en los adolescentes cambia. Los adolescentes se duermen más tarde. Esto obedece a factores biológicos, no de hábitos. Por lo tanto, los chicos ingresan al colegio a las 7 de la mañana y están dormidos, lo que claramente impacta sobre su desempeño. Sería grandioso retrasar el horario de entrada al colegio en la secundaria, o poner actividades que no generen un desgaste cognitivo. Por ejemplo, educación física. El ejercicio físico es bueno para el cuerpo, pero además para la mente. Está demostrado que el ejercicio físico mejora las habilidades cognitivas. Al aumentar el flujo de oxígeno dentro del cerebro generamos mayor agudeza mental. Los vasos sanguíneos son como caminos que habilitan el paso de energía y oxígeno. El ejercicio mejora este sistema. Las investigaciones en neurociencia están revelando que la actividad física es tan buena para el corazón como para el cerebro. No solo mejora el sistema cardiovascular o el sistema inmunológico, lo que repercute directamente en la motivación o el estado de ánimo, sino que, además, hoy ya conocemos cómo el ejercicio regular es capaz de modificar el entorno químico y neuronal que favorece el aprendizaje. El ejercicio incrementa el flujo de la sangre y oxigena el cerebro. Por lo tanto: mejora el aprendizaje, mejora la memoria yaumenta la confianza del alumno. Aumentemos la frecuencia de actividad física en la escuela y tendremos alumnos que aprenderán más.
10 claves que nos brindan las neurociencias para aplicar en el aula:
– Muchos docentes desaprovechan el inicio y el final de la clase sin saber que los alumnos recuerdan mucho más lo que aprenden en la primera parte de la clase, y luego lo que aprenden o repasan al final de la clase.
– El cerebro es un órgano social: debemos tener aulas más colaborativas.
– La evaluación formativa está relacionada con evaluar para aprender. Apunta a mejorar los aprendizajes. Es para los alumnos, pero también para el docente. Se enfoca en lograr los objetivos en lugar de determinar si se lograron o no. Más tests, pero sin nota, mejoran el aprendizaje, mientras que la auto evaluación favorece la retención. Cuando les enseñamos a nuestros alumnos a ver sus errores de manera racional y no emocional, les estamos dando una lección mucho más importante que el tema en cuestión. Les enseñamos a manejar la frustración y el aprender de los errores, que son sin duda, habilidades esenciales para la vida.
– Si lo que buscamos es que los alumnos aprendan, necesitamos que piensen. No aprendemos de las experiencias; aprendemos de reflexionar acerca de esas experiencias. Y de eso se trata la metacognición. Es más importante el esfuerzo que la nota.
– Más que respuestas para memorizar, debemos darles a los alumnos situaciones para resolver. Los problemas reales promueven el juicio creativo y significativo.
– La elección es clave para desarrollar la motivación intrínseca. La elección ayuda a segregar químicos buenos y disminuye el estrés.
– Hay que repasar para aprender. La repetición y el recuperar la información (¿se acuerdan que la clase pasada…?) ayudan a recordar.
– Repensemos el aula…. Debemos comprender que los espacios de aprendizaje afectan a los alumnos y al proceso de enseñanza.
– La seguridad emocional es clave para poder aprender. Los alumnos deben conocer el impacto del estrés, el cansancio y el miedo en las habilidades de pensamiento de orden superior y en la memoria.
– Los alumnos deben tener oportunidades para moverse y jugar. El juego es crucial para que puedan lidiar con el estrés. El humor educe el estrés, eleva el sistema inmunológico y aumenta el sentido de alerta y la memoria. La música cambia la química del cerebro: energiza, relaja y mejora la eficacia para terminar las tareas.
Independientemente de cómo está tu escuela o tu aula hoy, ¿en qué querés convertirla?
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