En la actualidad existe la idea consensuada acerca de que el modelo educativo tradicional necesita adaptarse a las nuevas realidades de los estudiantes y de la sociedad. El desarrollo de las habilidades del siglo XXI como el pensamiento crítico, el trabajo en equipo, la comunicación, la creatividad y la capacidad de adaptarse al cambio son fundamentales para pensar la sociedad actual y del futuro. Pero lo cierto es que este desafío debe abordarse de manera articulada con otras deudas de los sistemas educativos vinculadas principalmente con los aprendizajes, el abandono y la repitencia escolar. Diversos estudios evidencian múltiples causas, asociadas a la desigualdad social y brecha digital. No obstante, las problemáticas del sistema educativo no se reducen a factores de acceso y permanencia, la brecha existente es fundamentalmente cultural.
¿Es posible que los cambios que emergen de las escuelas y de los consensos multisectoriales impulsen una revisión de las políticas públicas para la transformación educativa?
Si observamos los indicadores de abandono, trayectorias educativas y aprendizajes, es evidente que las realidades de los estudiantes de América Latina y en la Argentina están alertando sobre la necesidad de un cambio en la matriz escolar. A esta realidad se suma el impacto de la pandemia en los diferentes niveles educativos, tanto en la gestión estatal como privada de todo el país.
De acuerdo con el informe “Educar en pandemia: respuestas provinciales al Covid-19″ (Cippec, 2020), realizado en base a los datos del Relevamiento Anual, las Pruebas Aprender y de la Encuesta Permanente de Hogares, al 15 de marzo de 2020 –fecha de suspensión de las clases presenciales-, había 10.381.433 estudiantes en el sistema educativo argentino, de los cuales 16,6% en el nivel inicial, 43,9% en la primaria y 39,5% en la secundaria. Ya en ese entonces, el 53% de los alumnos era pobre, y sólo el 56,1% de los hogares tenía internet fijo. En la actualidad, el número de niños y niñas pobres ascendió 3 dígitos, 56% según el Indec.
En materia de calidad educativa, antes de la pandemia, 7 de cada 10 estudiantes del último año del secundario no alcanzaba aprendizajes mínimos en matemáticas; 1 de cada 2 no los alcanzaba en lectura y ciencias y sólo el 27% de los estudiantes que iniciaban el secundario egresaban en tiempo y forma. (MEN, 2020). Estos datos dan cuentan que el sistema educativo, como modelo cultural, abandonó a los alumnos mucho antes de la pandemia.
Recientemente, se conocieron los resultados del Laboratorio Latinoamericano de Evaluación de la Calidad de la Educación (Llece) de la Unesco 2019. Ya antes de la pandemia había deficiencias severas de aprendizajes en la Argentina, los alumnos de tercer y sexto grado rindieron por debajo del promedio de América Latina y el Caribe en cuatro de las cinco materias evaluadas, lo que refleja la mayor caída registrada en los resultados de aprendizajes.
La pandemia del Covid-19 visibilizó y profundizó los problemas de la educación argentina, pero no sólo los relacionados a la “brecha digital”, desde un análisis más profundo la escuela se ve interpelada por una importante “brecha cultural”.
La propuesta escolar actual se encuentra alejada de los intereses, búsquedas, formas de comunicarse y construir conocimiento de los jóvenes. Esta experiencia de desencuentro cultural, dificulta que los estudiantes descubran el profundo sentido de aprender. Los alumnos necesitan propuestas escolares que les otorguen protagonismo, autonomía y diversas oportunidades de desarrollar las habilidades y aprendizajes necesarios para la vida, en el marco de una cultura colaborativa, abierta y digital.
En este sentido, uno de los principales desafíos que enfrentamos como sistema educativo, es reconocer los marcos referenciales desde los cuales pensamos la escuela hoy y asumir el reto de transformarlos. Pensar un nuevo modelo de escuela exige reconfigurar su organización, sus prácticas de enseñanza y evaluación, sus vínculos, la relación con el tiempo y los entornos de aprendizaje, para dar lugar a nuevas y transformadas experiencias escolares para los estudiantes.
Este relevante cambio de paradigma en educación, necesita del trabajo coordinado de una estructura multisectorial. Es preciso cambiar el modo en que concebimos el relacionamiento entre Estado, empresas, organizaciones de la sociedad civil (OSC), escuela y familias, y proponer un modo de participación social en el que todos contribuyan de manera sensible al bien común, para colaborar en un verdadero cambio sistémico en educación.
El potencial de las alianzas multisectoriales reside en su reconocimiento como eventuales laboratorios de innovación para el despliegue y experimentación de nuevos enfoques, que surgen como modelos de trabajo en los que se mezcla iniciativa y creatividad, a la hora de aportar valor y contribución, en la búsqueda de respuestas y soluciones a problemáticas a sociales compartidas.
Así lo venimos haciendo desde Eutopía, una iniciativa multisectorial que impulsa un modelo colaborativo, inclusivo e innovador, cuyo objetivo es transformar la educación. Se trata de un proceso participativo que emerge desde las escuelas e implica de manera sostenida a los distintos actores de la comunidad educativa. Su propuesta parte de las realidades de un universo heterogéneo de escuelas y ofrece un marco común para que éstas piensen, diseñen e implementen propuestas de transformación, mediante el trabajo colaborativo y en red entre distintos actores del sistema educativo.
En la actualidad, la red implementa propuestas de cambio en más de 60 escuelas públicas – de gestión estatal y privada- de la Argentina y Colombia, impactando en más de 6690 educadores y 45.672 mil estudiantes. Los aprendizajes alcanzados en cinco años evidencian el potencial de esta experiencia como laboratorio para la innovación educativa en la región.
El desafío es tejer nuevas alianzas multisectoriales. Diseñar, implementar y continuar políticas educativas a largo plazo, que tengan en cuenta las nuevas demandas e intereses de los estudiantes, es el gran desafío que tenemos por delante como actores de la educación. Este desafío es doble cuando hablamos de contextos atravesados por altos niveles de fragmentación política, desigualdades sociales y económicas, y crisis cultural.
Las alianzas multisectoriales sirven de puente para fortalecer las políticas educativas a partir de la colaboración entre diferentes actores y sectores. Aportan legitimidad a la agenda pública basándose en la construcción de consensos, coordinación de acciones y potenciando recursos en búsqueda de respuestas a la compleja y multidimensional problemática educativa. No obstante, el desafío que enfrentan es el de la continuidad en la contribución a decisiones políticas a mediano y largo plazo, que trascienda a los cambios de gobierno.
No se trata, entonces, sólo de cambiar las condiciones de infraestructura, dotar de recursos y disponibilidad tecnológica las aulas o flexibilizar normativas que rigen nuestros sistemas educativos. El desafío es cambio cultural y sistémico. En este sentido, estamos promoviendo y construyendo, desde las escuelas, una visión distinta sobre cómo impulsar transformaciones en la educación. Trabajando en alianzas podemos articular, potenciar y sostener cambios que nos inspiran a revisar las políticas públicas para que respondan a los desafíos del presente y del futuro. Resulta fundamental, entonces, que cada uno de los sectores de la sociedad aporte su compromiso para que la transformación del sistema educativo sea posible.
La Nación