Hace pocos días se llevó a cabo en Buenos Aires, la cuarta edición del Congreso Mundial de Diálogo Intercultural e Interreligioso. En el mismo tuve el privilegio de participar del panel que titula esta breve nota, junto a la ministra de Educación de la Ciudad de Buenos Aires, Soledad Acuña, el presidente de la Academia Nacional de Educación, Guillermo Jaim Etcheverry y el Rector de la UCA, Miguel Angel Schiavone. Esta nota profundiza la columna titulada Educación para el Trabajo, en base a la cual desarrollé mi exposición.
Educación, una solución para el futuro del país y su pueblo. Una idea simple, hasta obvia, la podemos encontrar en las más diversas tradiciones, Por ejemplo, Juan Pablo II expresó en 1987: “El trabajo estable y justamente remunerado posee, más que ningún otro subsidio, la posibilidad de revertir aquel proceso circular que habéis llamado repetición de la pobreza. Esta posibilidad se realiza, sin embargo, sólo si el trabajador alcanza cierto grado mínimo de educación y capacitación laboral, y tiene la oportunidad de dársela también a sus hijos. Y es aquí, donde estamos tocando el punto neurálgico de todo el problema: la educación, llave maestra del futuro, camino de integración de los marginados, alma del dinamismo social, derecho y deber esencial de la persona humana.”.
La lógica de esta idea no es nueva; podemos encontrarla, por ejemplo, en los escritos del Barón Maurice de Hirsch, una figura olvidada de nuestra historia, quien en 1873 señaló que: “la pobreza se origina en la falta de educación, y solamente la educación y el entrenamiento de las nuevas generaciones podrán remediar esta desafortunada situación.”
Casi 150 años más tarde, dos Premios Nobel de Economía nos proveen la misma repetida respuesta:
Milton Friedman, Nobel de Economía 1976, declaró alguna vez que “una mejor educación ofrece una esperanza de reducir la brecha entre los trabajadores más y menos calificados, de defenderse de la perspectiva de una sociedad dividida entre los ricos y pobres, de una sociedad de clases en la que una élite educada mantiene a una clase permanente de desempleados”.
Theodore Schultz, Nobel de Economía 1979, nos explicaba el porqué. En su visión, la educación es el principal motor de movilidad social, dado que las diferencias de ingresos entre las personas se relacionan con las diferencias en el acceso a la educación, la cual incrementa sus capacidades para realizar trabajos productivos.
Retornemos a nuestra contemporaneidad. El 18 de julio de 2018 tuve el honor de entregarle al Padre Pedro Opeka el Doctorado Honoris Causa de la UCEMA. Durante el acto, el Padre Opeka expresó que “la verdadera ayuda proviene de la educación para el trabajo, para emprender, para hacer,” a lo cual agregó: “En Akamasoa nuestra gente ha comprendido que sólo con el trabajo, y la escolarización de los niños y jóvenes, saldremos de la pobreza”.
Educación para el trabajo. ¿Cómo hacerlo? Tal como lo propongo en la columna Educación para el Trabajo, el sistema de educación dual alemán puede ser la respuesta. En el mismo, el estudiante pasa muchas horas de su tiempo adquiriendo experiencia laboral en empresas, mientras cursa el secundario. Conforme van pasando los años, el estudiante incrementa el tiempo en la empresa y reduce el tiempo en la escuela. El resultado de ello es que al graduarse se habrá de incorporar a la empresa con los conocimientos técnicos y las habilidades sociales necesarias para desenvolverse en dicho ámbito. En Alemania, dos tercios de los jóvenes que no están interesados o no califican, para la universidad participan de la educación dual.
Una adaptación del sistema dual a nuestra realidad ayudaría incentivar a muchos jóvenes de familias de bajos ingresos a no abandonar el secundario, al facilitar el mismo una rápida salida laboral.
Educación, pero educación para el trabajo, una posible solución para el futuro de nuestro país y su pueblo. Yo creo que merece ser considerada.
* Edgardo Zablotsky, Rector de la Universidad del CEMA y Miembro de la Academia Nacional de Educación.
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