Como esas películas que comienzan con un episodio o secuencia de la historia ya avanzada para volver al pasado en el momento necesario, en este relato histórico también comenzaremos con la secuencia de hechos que nos sitúan en el pasado inmediato de la historia patria, para remontarnos luego a los Mayas, Aztecas e Incas (los tres imperios más importantes de su época) y su aporte a las matemáticas, trasmitidos de generación en generación en esos pueblos, ya sea por vía oral, con dibujos o pinturas o por medio de los renombrados quipus.
Pues bien, hagamos un poco de historia, que nos ayudará a contextualizar la educación en cualquier tiempo, lugar y circunstancias.
Se asegura que la primera escuela sanjuanina fue creada por los jesuitas en 1655, prácticamente un siglo después de la fundación que nos dio el nombre de sanjuaninos, cuando se instaló por primera vez en la zona y funcionó hasta 1666.
Como aseguran los historiadores Héctor D. Arias y Carmen Peñaloza de Varesse, que nos acompañan en este recorrido, con la expulsión de los jesuitas (1767), el Cabildo “determinó que se creara y estableciese la enseñanza de escuelas de primeras letras, la de Gramática Latina y la de Filosofía”, resolución que se tomó el 20 de agosto de 1722. En esta experiencia todavía no figuran, por lo que se ve, al menos con peso propio, las Matemáticas.
Existe un inventario de otra escuela sanjuanina del año 1809, caracterizada por su pobreza y “misérrimo moblaje”.
En cuanto a la instrucción en la campaña, Arias y Peñaloza refieren en su Historia de San Juan que, si bien el maestro rural “tenía solo una mesa de arena, cueros sobados como pizarrones y una varilla de puntero”, no obstante, contaba con un escalafón de auxiliares que lo ayudaban en la tarea estrictamente didáctica, tomaban las lecciones a los más rezagados, repartían los escasísimos útiles de que disponía la escuela, y “llevaban los solos en los coros de lecturas, oraciones y tablas de multiplicar”.
De acuerdo a los historiadores citados, en la época colonial “solo recibían atisbos de instrucción sistematizada los jóvenes hijos de funcionarios, de vecinos principales, en aulas que vegetaban a la sombra de los conventos o de los cabildos y que estaban a cargo de un solo maestro que inculcaba la doctrina cristiana, lectura, escritura y muy someramente las operaciones más simples de la aritmética”.
A propósito, señalan los historiadores que el método de enseñanza consistía en la memorización «a fuerza de repeticiones y coros”, pues, “desde las oraciones, la cartilla, el deletreo, hasta la tabla pitagórica, eran motivo de coros, más o menos destemplados y monótonos en el transcurso del día escolar”, habiendo escasos ejercicios individuales.
Si a la escritura se le prestaba especial atención, porque para secretario “solo se podía aspirar mediante los bien perfilados rasgos de una hermosa letra”, por su parte, “la aritmética se aprendía con ayuda de las tablas de sumar, restar, multiplicar y dividir, que se coreaban hasta aprenderlas de memoria”.
Hay que apuntar que la disciplina era inexorable en una época en que el aforismo era: “la letra con sangre entra”.
La tradición ha recogido, ya en plena época patria, que fue Saturnino Sarasa –primer Teniente Gobernador de San Juan (designado el 29 de enero de 1812 después de la crisis de las Juntas), quien prohibió la pena de azotes en las escuelas, castigando con destitución a los infractores, en el marco de la Escuela de Primeras Letras que subsistía de la época anterior.
Como refieren Arias y Peñaloza, al producirse la revolución, se contaba con más de una escuela de primeras letras y un aula de latinidad, y “el mantenimiento de la enseñanza oficial se hacía con el producido de los bienes de los jesuitas expulsos que integraban el llamado ramo de temporalidades”.
Al producirse la revolución de 1810, el aula de latinidad en San Juan cerró sus puertas, y al borde de seguir ese camino quedó la Escuela del Rey o escuela pública de la época colonial, pues el Real Erario (llamado así hasta entonces) no vio con buenos ojos -«sin ser contrarios a los adelantos de los pueblos»- «expensar» las Escuelas de San Juan, «al paso que su vecindario se desentiende de la solución de las sumas de que son deudores al Ramo».
Arias y Peñaloza infieren que la Escuela del Rey -que más adelante se convertirá en la Escuela de la Patria- funcionó con dificultades, pero no cerró sus puertas, ya que existen constancias documentales del cobro de sueldo como maestros del presbítero Manuel Gregorio Torres, correspondiente al año 1811, de José de Santelices hasta abril de 1813 y de Nicolás Rodríguez cobrando su sueldo de maestro en 1814.
No escape a la consideración de lectores y lectoras, que la Revolución de Mayo fue solo el comienzo de una época verdaderamente revolucionaria -cuando comenzamos a gobernarnos por nosostros mismos-, que concluyó con la declaración de la Independencia de las Provincias Unidas del Sur. En ese contexto, con la Gobernación Intendencia de San Martín en Cuyo, después de la separación de la Intendencia de Córdoba del Tucumán, se dio la gobernación de José Ignacio de la Roza en San Juan.
En lo que al marco histórico se refiere, sostiene el historiador Horacio Videla, “el espíritu de Cuyo ganado para la campaña de Chile y la promesa del Congreso de Tucumán (¡la Independencia!) fueron la llama que sostuvo la revolución de Mayo en el crítico año de 1815”, año que produjo la renuncia de Alvear en Buenos Aires, la de Corvalán en San Juan y la llegada de De la Roza al poder.
No en vano el Dr. José Ignacio de la Roza sería reconocido por su gran labor de gobierno con el título de «Promotor del Progreso Sanjuanino», tanto en lo institucional y apoyo a la gesta libertadora, como en lo económico (especialmente la obra pública) y educacional (creación de la Escuela de la Patria), entre otros adelantos.
En efecto, el nuevo gobernador sanjuanino, hombre de confianza del Gobernador cuyano y organizador del Ejército de los Andes, comprometió con San Martín y con la causa americana todos sus esfuerzos, sin descuidar la labor educacional.
A De la Roza –confirma Videla- “San Juan débele la inmensa gloria de ser una provincia emancipadora”. San Martín, por su parte, caracterizaría a San Juan como “noble vecindario” y felicitaría a De la Roza por la toma de Coquimbo (imprescindible para quebrar la espalda del enemigo), destacando la circunstancia de que “los milicianos de San Juan hayan (re) partido con el Ejército de los Andes (columna central) la gloria de dar la libertad a Chile”.
Dejemos para la siguiente entrega la obra educacional del notable estadista sanjuanino.
Revista La U – UNSJ