Pareciera de sentido común que los chicos puedan pensar por sí mismos, pero hoy es más ciencia ficción que realidad, cuando vemos con tristeza como chicos universitarios no pueden leer y comprender párrafos de mediana dificultad, o que todos los chicos imitan comportamientos sin sopesar ventajas y desventajas. El pensamiento crítico no está, lamentablemente, en la escena principal de nuestras aulas.
La pregunta es ¿se puede enseñar a pensar? No sólo se puede. Se debe. Pero cuidado, no debemos enseñarles a los niños qué pensar –eso es adoctrinar– pero sí debemos enseñarles a pensar. Y a pensar… ¡se aprende!
Por mucho tiempo la escuela ha sido un lugar en donde había que memorizar contenido. Eso daba como resultado alumnos que estudiaban, rendían, y aprobaban, pero sólo para olvidar todo a los pocos días.
Y peor aún, en un mundo en donde todo pareciera ya estar resuelto como buscar una receta en internet, usar Waze en vez de recordar un recorrido, buscar en Google lo que fuese que necesitemos, pensar no parecer una prioridad. Ya lo decía Aristóteles: “El asombro es el origen del pensamiento”. Pero ¿cómo enseñarles a pensar a los chicos cuando ya casi nada los asombra?
Ser conscientes que los alumnos deban pensar de manera crítica, creativa, científica, y de otras maneras no significa que puedan hacerlo. Debemos brindarles las herramientas para desarrollar las habilidades necesarias. Estas herramientas van desde rutinas y destrezas de pensamiento, pasando por desarrollar hábitos y resolver problemas, alentarlos a justificar sus respuestas, a muchas otras. También debemos ser conscientes de las limitaciones de estos recursos: que un alumno complete una destreza de pensamiento escribiendo lo primero que se le ocurre, no va a generar un pensamiento más profundo. Y ahí, el docente es clave. Cuando el docente posee el conocimiento, las habilidades y el deseo, puede brindarles a los alumnos las oportunidades para pensar.
Es decir, necesitamos que puedan tener un repertorio de habilidades que les permitan analizar, contrastar, inferir, observar, cuestionarse, sacar sus propias conclusiones, etc., y que sepan dónde y cuándo hacerlo.
Por otro lado, los docentes, con buenas intenciones quieren enseñarles a sus alumnos a ser curiosos, a pensar de manera crítica, a ser creativos, pero les dan información fáctica: fechas, datos e información, que hoy están a un clic de distancia. No es el hecho de tener conocimiento lo que determina la comprensión, sino lo que se puede hacer con ese conocimiento. Debemos ayudar a los alumnos a moverse desde los temas hacia herramientas que los ayuden a pensar y a comprender. Aprender para comprender se parece más a nadar que a aprender de qué se trata nadar. No es tanto lo que sabés acerca de la natación, sino si podés nadar con lo que sabés.
¿Por qué debemos enseñarles a los chicos a pensar?
– Estudian, rinden, aprueban y a los pocos días se olvidan de todo. ¿Hubo aprendizaje? No. Hubo memorización.
– Porque aprender a pensar es mucho más interesante que tener que memorizar respuestas para olvidarlas a los pocos días.
– Porque fomenta el desarrollo de habilidades esenciales para la vida como la comunicación, el pensamiento creativo, el pensamiento crítico, la colaboración, entre otras, esenciales para tener una vida satisfactoria.
– Porque al construir el aprendizaje, mediante diversas técnicas y recursos, los alumnos alcanzan una comprensión más profunda. El aprendizaje es una consecuencia del pensamiento. Cuando hablamos de las habilidades superiores del pensamiento nos referimos al cerebro haciendo conexiones, y produciendo niveles de comprensión más profundos (poder justificar, deducir, analizar, contrastar, explicar con tus palabras, etc).
– Porque pone el foco en lo importante: aprender (y no memorizar o aprobar)
– Porque les brinda mayor autonomía en su propio aprendizaje, lo que a la vez genera mayor auto disciplina y que puedan auto gestionar su propio aprendizaje.
– Porque valora el esfuerzo y la perseverancia para mejorar. Un alumno que se esfuerza y persevera logra mejorar.
– Porque cuando un alumno está involucrado cognitivamente pierde noción del paso del tiempo: “¿Cómo? ¿Ya terminó la clase? ¡Qué rápido que pasó!”
Cuando en el aula se trabaja exclusivamente con preguntas fácticas (las que tienen una sola repuesta, por ejemplo, en qué año pasó tal cosa, etc), con ejercicios de multiple choice, o unir con flechas, ¿cómo sabemos si comprendieron o están adivinando? ¿Eso significa que debemos dejar de darles ejercicios como los de elección múltiple? No. Significa que debemos conocer sus limitaciones y complementarlos con otro tipo de ejercicio que les permita pensar de maneras más profundas, procesar la información, aplicarla y crear algo con lo que están aprendiendo.
Cuando, por otro lado, les permitimos a los alumnos desplegar sus saberes a través de otro tipo de actividades como grabar un podcast, diseñar mapas mentales, líneas de tiempo, blogs/vlogs, escribir un cuento, hacer un experimento, enseñarle a un compañero, participar de un debate, un proyecto de investigación, etc., ahí vemos que los alumnos deben integrar lo visto en clase, requiere de un pensamiento de orden superior, hay una producción que los involucra, que es más “real”, lo que genera una mayor motivación intrínseca.
El tema emocional no es un tema menor. Para que los alumnos puedan pensar deben darse una serie de requisitos. El ambiente, por ejemplo, es un tema clave. Resulta muy difícil pensar de manera profunda en un aula extremadamente ruidosa o en un clima hostil, o en donde los chicos no tienen tiempo de expresarse. Con miedo no se puede pensar. Y si se los apura tampoco. Para pensar necesitamos de tiempo y silencio.
Hay chicos que piensan de manera externa; son los que levantan la mano de manera instantánea y van construyendo el pensamiento a medida que hablan. Otros piensan de manera interna. No expresan sus ideas hasta que no las tienen elaboradas mentalmente. Muchas veces el docente escucha a los que piensan de manera externa y los que necesitan de unos segundos más, no tienen chance.
El pensamiento es el bien más importante que puede desarrollar un niño. Puede ayudarlo a generar una idea que pueda cambiar al mundo, a resolver un problema, a persuadir, a generar impacto, y por supuesto a confiar en él. No sabemos qué les deparará el destino a nuestros alumnos. Brindarles herramientas para poder pensar será clave para su futuro. El desafío de las escuelas es el de ayudar a los alumnos a pensar de maneras diferentes, a desafiar nuevas inteligencias para que el día de mañana, cuando se encuentren con alguna situación que los desafíe, no deban recordar qué hacer, sino pensar qué hacer.
Laura Lewis – Infobae