“El camino es por acá”, se dijo a sí mismo Martín Strauch, de 23 años, cuando tenía 15. “Por acá” significaba dedicarse a la docencia: la experiencia de dar apoyo escolar a niñas y niños de un comedor popular de la Villa 1.11.14 lo había impulsado a estudiar el Profesorado de Educación Primaria en la Escuela Normal Superior Nº 4, de la Ciudad de Buenos Aires. Parece difícil encajar el perfil de Strauch en el estereotipo estigmatizante de las maestras y maestros que trazó en noviembre la ministra de Educación porteña Soledad Acuña. Para la funcionaria quienes estudian para docentes tienen sobreedad, lo hacen después de abandonar varias carreras y son pobres fracasados, pero Martín comenzó sus estudios ni bien terminó el secundario, no tiene una carrera universitaria previa y pertenece a una clase media consolidada.
La embestida contra los maestros por parte de los funcionarios del PRO no es nueva. Desde que asumió, Acuña se propuso cerrar los profesorados porteños e implantar el proyecto UniCABA. Además, durante los cuatro años del gobierno nacional de Cambiemos, hubo una política deliberada para tratar de enfrentarlos al resto de la sociedad. A pesar de esa constante búsqueda de desprestigio, la cantidad de inscriptos en las carreras docentes es muy alta.
Acuña basó aquellos dichos en una evaluación de alumnos del Instituto Nacional de Formación Docente de 2017 que señalaba que el 51% era mayor de 25 años, que el 29% había estudiado otra carrera y la había abandonado, y que solo un 15% contaba con un título previo de nivel Superior. Adrián Cannellotto, rector de la Universidad Pedagógica Nacional (UNIPE), dice que la lectura de esa investigación es sesgada: el trabajo que mencionó la ministra también revela que el 50% de los estudiantes asegura que el profesorado es la primera carrera que cursa, es decir que la mitad de los estudiantes no existe abandono previo. “Además, el 21,6% de todos los estudiantes cambia de carrera universitaria en el primer o segundo año, entonces no es una característica exclusiva de quienes estudian para docentes”. Por último, el rector apunta que el mismo informe también tiene otros datos interesantes: el 78% de los estudiantes elige la carrera docente “porque consideran que ser maestro es importante para la sociedad”, el 75% menciona que es su vocación, y el 66% afirma que le gusta trabajar con chicos y chicas.
En los últimos diez años la matrícula de los profesorados docentes creció un 65%, llegando en 2019 a 581.400 estudiantes, según datos del Observatorio Educativo de la UNIPE, en base a Anuarios Estadísticos 2009 a 2019 del Ministerio de Educación de la Nación. Sin embargo, ese crecimiento se desacelera y cae un 4% en un análisis de tendencia, a partir del 2017. Quizá más importante que el aumento de la matrícula sea el incremento de los egresados de los profesorados. Mientras que en 2015 fueron 46.816, en 2019 alcanzaron los 58.015. Es decir, a pesar del maltrato que los docentes padecieron durante el gobierno de Mauricio Macri, al final de su mandato egresaban anualmente un 25% más que cuando asumió.
Son varias las causas de ese incremento en la cantidad de estudiantes de la carrera docente en la última década. En algunos casos, la elección profesional puede ser por tradición familiar, en otros porque permite encontrar un sentido vital o, incluso, porque es la única oferta de estudio cercana. Otra de las razones es la expansión de la educación obligatoria en todo el país –desde los 4 años a los 17– que genera mayor demanda de maestros. “Hay áreas fundamentales donde todavía no tenemos profesores graduados. Hoy el diploma docente garantiza un puesto de trabajo. El 28% de los estudiantes empieza a dar clase aún antes de recibirse. Es una carrera que ofrece inserción laboral rápida”, señala Emilio Tenti Fanfani, sociólogo especializado en temas de la educación.
Llegó de “un pueblito en Chaco donde la salida para las mujeres es ser docentes y los varones, policía”. Yemina Egüez, de 29 años, acaba de terminar tercer año del Profesorado de Educación Primaria, y asegura que el amor de su cuñada por sus estudiantes de una escuela rural la impulsó a estudiar para ser docente, aun cuando ya tenía otras opciones porque se había ido de su pueblo natal cuando terminó el secundario. Dice que cuando ejerza le gustaría sumarse a la lucha para mejorar la educación, porque cree que el Estado no le da toda la importancia que debería. “Sobre todo en lo económico –dice Yemina. Escuela donde vas, ves que hay cosas por las que luchan desde hace años, muchas docentes ponen de sus bolsillos para las rutinas, para pintar”.
Si bien la docencia garantiza un trabajo formal, las condiciones laborales no parecen ser las mejores. El salario de los maestros se encuentra en el lugar 16, solo por arriba de quienes se dedican a las artes y a los servicios de alojamiento y comidas. Lo muestra un estudio comparativo del Observatorio Educativo de la UNIPE entre 18 ramas profesionales. Otro estudio, la Encuesta Nacional de Salud y Condiciones de Trabajo realizada por CTERA, deja ver que el 62% de los docentes tiene más de un cargo y el 54% trabaja en más de dos escuelas para poder sumar ingresos que les permitan sostener su calidad de vida. “La docencia no garantiza un buen salario pero ofrece empleo formal, derechos laborales, vacaciones, aguinaldo y obra social en un momento donde es difícil para los jóvenes conseguir trabajo en blanco. En las ciudades chicas, además, los institutos de formación docente están más cerca que la universidad y, en épocas de crisis, quizá las familias no puedan hacer el esfuerzo de sostener el traslado de sus hijos para que vayan a estudiar”, agrega Tenti Fanfani.
Las precarias condiciones laborales docentes convirtieron a los gremios en protagonistas de medidas de fuerza que llenan cada marzo de incertidumbre: ¿empiezan las clases o habrá paro? La dinámica del conflicto parece imprescindible para mejorar la calidad de vida de las maestras si se toma en cuenta la investigación que llevó adelante en febrero de 2019 el especialista en economía y educación Alejandro Morduchowicz. El trabajo subraya que si se tomara en cuenta la oferta salarial inicial que cada año los gobiernos realizaron a las maestras en la última década, los docentes ganarían un 60% menos de lo que aparece hoy en sus recibos salariales.
Crecieron en una familia llena de mujeres docentes (dos hermanas mayores, una tía, tres primas y una cuñada), donde los varones trabajan en fábricas. Nadia Couadeau (30) y Daniela Presno (23) son hermanas y están en cuarto año del Profesorado de Educación Primaria de la UNIPE que se dicta en la sede de Derqui, provincia de Buenos Aires. Según Silvio Giangreco, coordinador de ese Profesorado, de los 115 estudiantes que están cursando en la sede Pilar solo uno es varón. A su vez, Marisa Suffía, directora del Instituto Superior de Formación Docente Nº1 de Avellaneda, indica que de esa institución egresan entre uno o dos varones por año. De acuerdo a la encuesta nacional realizada por CTERA, el 78% de las docentes son mujeres y el 65% es sostén de hogar. Pero la feminización de la profesión no es una característica particular de la Argentina, según datos provistos por el Instituto de Estadística de la UNESCO (UIS-UNESCO) la participación femenina a nivel global es del 64% y del 77 % en América Latina.
Para Érica Szapari (50) estudiar para convertirse en docente era una asignatura pendiente. Lo había intentado de más joven, pero el trabajo, el tiempo de traslados desde su casa al profesorado en Pilar, los horarios de cursada y los cuidados de su familia impidieron que siguiera con ese proyecto. Hoy trabaja como auxiliar en una secundaria en Derqui y espera que cuando se reciba del Profesorado de Educación Primaria pueda estar frente a un aula.
“Cuando arrancás en el Estado vivís de suplencias cortas; es bastante complicado, cambia mucho, estás una semana en una, tres en otra; la primera vez que trabajé fue un año en el mes de marzo y cobré recién en junio; el Estado tiene eso de burocrático que no está bien aceitado”. A Martín Strauch, que cuenta ese derrotero, la pandemia le cambió los planes a fines del año pasado, cuando renunció a su trabajo en una escuela de gestión privada porque se había recibido y quería abocarse de lleno en la gestión pública.
Desde Quitilipy, un pueblo en Chaco donde, “también cuando una empieza a trabajar en escuelas estatales hay que esperar para cobrar”, Tania Fernández Portillo, de 29, cuenta que lo de ella fueron cuatro meses. Si bien Tania quería ser profesora de Educación Física, cambió por el profesorado de Educación Primaria “por cuestiones de presupuesto familiar”: se tenía que mudar para estudiar y además entrenarse. A pesar de que en Chaco hay muy poco trabajo –las escuelas están “muy pobladas” (las salas tienen entre 35 y 40 estudiantes con niveles y necesidades muy distintas), la seguidilla de suplencias desautorizan a las maestras (le dicen: “no sos mi seño”) y el sueldo no alcanza para vivir–, ella sigue eligiendo la docencia.
La carrera docente tiene un sistema de puntaje que permite progresar en la profesión. En el ámbito estatal se usa como orden de mérito para acceder a un cargo o a horas semanales. La persona que posee mejor puntaje (que se compone con la suma de distintos valores como el título, cursos de capacitación, antigüedad, entre otros) tiene prioridad para tomar el cargo u horas que se ofrecen. Martín Strauch y Tania Fernández, señalan que los actos públicos donde se presentan las ofertas de vacantes a cubrir no siempre son transparentes.
Las condiciones contractuales se diferencian entre sí según la estabilidad que conceden a la designación docente. Los cargos más estables son los titulares, aquellos designados con carácter permanente en su cargo. Le siguen los interinos o provisionales (la denominación varía según cada jurisdicción), personal suplente que ocupa cargos en forma transitoria porque no se han implementado los mecanismos legales para cubrirlos con la designación de un titular. Según información del operativo de evaluación Aprender del 2017, el 35% de los docentes de las primarias estatales se desempeñan como suplentes, por lo que no pueden acceder a la titularidad.
Eliana Di Battista tiene 21, estudia en el Instituto Superior de Formación Docente, y asegura que una maestra suplente que tuvo de chica fue quien la inspiró en su elección profesional. Ella se plantó frente a los directivos de la escuela cuando no la dejaban dar una clase de Educación Sexual Integral (la Ley recién había salido), y siguió adelante con su clase. Eliana recuerda cómo la marcó y dice que le gustaría lograr lo mismo: que sus alumnos estén cómodos en clase. “El gobierno debería valorar más el trabajo. No cualquiera puede estar al frente de treinta chicos durante cuatro horas”, dice Oriana Mauriño (21), una de sus compañeras, que cree que la docencia está desprestigiada y que la gente no entiende que se trata de estar al lado de nenes y dar mucho amor.
A los dichos de Soledad Acuña, Emmanuelle Louedin (48) los respondió con una carta que envió como alumna del profesorado Juan Bautista Alberdi y que empezaba así: “Me atrevo a comentarle que antes de ser docente y alumna en la Argentina, hice un recorrido largo por varias universidades del mundo. Soy licenciada en Derecho en la Universidad de Fribourg (Suiza), tengo un postgrado en Relaciones Internacionales en la Sorbonne, que seguí de manera paralela a una maestría en Derecho Público. Me recibí de abogada en la Escuela de Abogacía de París y terminé mi carrera en los Estados Unidos donde curse un LL.M (Law Legal Master) en la Universidad de George Washington. Es allá que conocí a mi marido, argentino”. En el mismo texto también contaba que ejerció como abogada durante diez años en Buenos Aires y que en los últimos tiempos no pudo encontrarle un sentido a su vida profesional. “El único momento de alegría que podía sentir era cuando compartía las experiencias de la escuela en la que vivían mis hijos. Decidí retomar mis estudios a los 44 años. Cursé una maestría de FLE (Francés Lengua Extranjera) en la Universidad d’Artois (Francia), me recibí de Guía Montessori y me inscribí en la Escuela Normal como me lo aconsejaron. Le voy a ser sincera, no tenía la intención de cursar. Todos me decían que con mi trayectoria me iba a aburrir. Pero le aseguro que no. Me asombré con la calidad de la enseñanza, la riqueza, la apertura y el entusiasmo de los docentes de la Escuela Normal. Valoro esta enseñanza tanto como la que recibí durante mi carrera de abogada. Me parece una pena ensuciar los valores, ideales e impulsos que se generan en la elección de uno de seguir una carrera”.
A los 48 años, Louedin renunció a su carrera de abogada para ser docente. Marcó este cambio como el mayor logro de su vida profesional. Como le escribió en la carta abierta a Acuña, ahora está “vieja pero feliz. Vieja pero orgullosa”.
Telam