El importante rol de los maestros que hizo más evidente el coronavirus

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“Ahora los papás van a ver cómo trabajamos en la escuela” fue una frase preciosa que le dijo Helena a su padre. Helena estaba cursando la primera semana de clases de primer grado cuando se decretó la cuarentena.

Pero en realidad no. Todos aquéllos que trabajamos en docencia sabemos que no. Helena tiene sus propias características y los docentes las van a ir descubriendo a medida que vean cómo Helena se desempeña en la clase. Sus gestos, sus ojitos claros y pícaros, la manera en que toma el lápiz, la conciencia del espacio en la página, el tamaño de sus letras, los dibujos que hace, si ve bien desde donde está sentada o si le cuesta y entonces la cambiarán de lugar para probar si es un tema de la luz que entra por la ventana o si tal vez necesite anteojos. Helena está sentada al lado de Mateo que no se queda quieto, y pide ir al baño a cada rato. En realidad quiere irse a su casa pero no sabe cómo pedirlo y el baño es una vía de escape (ya se lo confesó a la preceptora, que le avisó a la maestra y ahora lo están conversando con él y sus padres). Helena y Mateo se llevan bien, se conocen desde el jardín. Mateo hace y dice cosas todo el tiempo para que Helena se ría. Le gusta cómo se ríe. Eso en el jardín no traía mayores problemas pero ahora ninguno de los dos copia la tarea o presta atención a las consignas; él piensa en cómo hacerla reír y ella, atenta, espera el gesto o el comentario. Entonces a lo mejor hay que moverlos de lugar, o ayudarlos a que entiendan que es mejor que presten atención porque sino después todo es más difícil.

En la primera fila está sentada Clarita porque es muy bajita y es la más pequeña en edad del grupo. Eso significa que muchas veces se angustia y requiere más atención del docente. Es hija única de padres separados y eso tampoco ayuda ya que a veces se deja las tareas en lo del padre o la madre olvida la mochila en lo de la abuela y así la vida privada de Clarita afecta un poco su rendimiento en clase. El docente lo sabe también y, cada vez que puede, le hace un mimo, le corrige con caritas o se queda con ella sentado en el recreo si no quiere jugar con los demás.

Francisco es una luz en matemática y resuelve los cálculos de manera mental, no necesita ni siquiera copiarlos y dice los resultados en voz bien alta, obviamente está orgulloso de su capacidad. Entonces hay que ayudarlo a que comprenda que sus compañeros necesitan tal vez más tiempo y que si le parece bien le podemos dar más tarea, o más compleja, para que siga avanzando en su carrera infinita en matemática.

Hay dos de los chicos que ingresaron y no están alfabetizados, a ellos hay que darles tareas aparte y una docente auxiliar se los lleva algunas horas para lograr que avancen en su lectoescritura y puedan sumarse al grupo.

Es muy difícil lograr que Lucía deje de balancearse sobre la punta del banco y la docente de informática, que es nueva en un aula con niños pequeños, se pone muy nerviosa. “Se masturba” le dice a la directora. Entonces la sientan y le explican que es un comportamiento que suele pasar, que se quede tranquila, que no es masturbación en el sentido en que ella lo entiende. Le piden que cada vez que Lucía se abstraiga con ese comportamiento la llame y le pida con alguna excusa que haga otra cosa: “¿podrías ir a buscar un marcador a preceptoría?” “¿querés mostrarme lo que estás haciendo en la computadora?”; y la directora junto con la psicopedagoga citan a los padres.

Uno de los nenes nuevos es chino. Es precioso y habla poco español. Trae comida para el recreo que nadie comprende qué es y entonces algunos nenes se burlan. El docente le pide a los padres del niño –que no hablan casi nada de nada de español- si pueden traer unos paquetes mas de esas ¿galletitas? que come Lucas (es su nombre occidental) así las comparte con los amigos y todos pueden probar. Prepara una clase sobre China y le pide a Lucas que escriba su nombre en ideogramas en el pizarrón y todos aplauden. Luego todos quieren tener su nombre escrito en mandarín. La clase se desmadra de manera hermosa.

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Nacho dibujó una línea en la mitad del banco que comparte con Amparo y, cada vez que ella se pasa, le pega con una regla, pero cuando él necesita algún útil de Amparo lo toma sin pedirle permiso. Amparo llora desconsolada en la casa y la madre viene a decir que Nacho es “violento”. Largas charlas con Nacho para que comprenda que el banco es un lugar en común y que pegar está mal y todo lo que conlleva un largo trabajo para que todos comprendan que su espacio termina donde comienza el del otro y todo lo que ustedes ya saben pero nunca tuvieron que desarrollar en un aula con –idealmente- no más de 30 niños de la misma edad.

Bien, todo eso no le pasó a Helena ni a ninguno de estos niños que comenzaban su primer año de escuela. A una semana de comenzadas las clases, la cuarentena puso a todo el sistema educativo en jaque. Pero no es de eso que quiero hablar. Quiero hablar del rol docente. Quiero hablar de lo necesario que se hace en este país entender qué hace un docente en el aula y cómo se prepara para eso. Quiero hablar de vocación, de una docente que hace unos días subió un audio en el grupo de whatsapp en el que, claramente emocionada, nos compartía un árbol del ADN realizado por sus alumnos de 6to de secundaria. Quiero hablar de lo que le dijo Helena a su papá.

Los entornos virtuales en educación son una herramienta fantástica. Todos los que trabajamos en docencia y tenemos acceso a esas herramientas las usamos fascinados: pantallas interactivas, desafíos online, clases presentadas en formatos de YouTube, conexión con alumnos que viajan o se enferman y tienen que permanecer en cama. Usamos los juegos para cerrar una clase, o para iniciar un tema. Armamos grupos de Whatsapp en los que los alumnos tienen que contar una escena de una novela en emojis. Conectamos con alguien que se ofrece a contestar preguntas desde un lugar remoto por Skype, vemos todos juntos una película en una pantalla con definición para luego armar debates. Cuando un docente falta la tarea llega a tiempo, se imprime o se proyecta en el aula. Un docente incluso puede dar la clase desde su casa con los alumnos en el aula o al revés. Cientos de miles de ejemplos que dan por sentado dos cosas: la conexión personal entre el docente y los alumnos y la posibilidad del encuentro, real o virtual. Esto que acabo de escribir se da en la minoría de las escuelas de nuestro país que cuentan con entornos virtuales e Internet en las aulas y que, además, cuentan con chicos que tienen acceso a Internet en sus casas. Con mucho criterio los diferentes gobiernos fueron instalando Internet en escuelas en las que los chicos no acceden desde sus casas. Pero ahora la escuela está cerrada.

El mayor inconveniente que estamos teniendo los docentes hoy por hoy son los padres. Muchos de ellos no manejan entornos virtuales. No saben descargar archivos para trabajar offline o crear una carpeta virtual propia para acceder en cualquier momento. Entienden que si la clase está subida los chicos deben realizarla solamente en el horario escolar y por más que desde las escuelas se está pidiendo el cumplimiento de un horario similar al del colegio por razones de hábitos que ordenen a los chicos y a sus familias, muchos niños pasan muchas más horas en sus casas para resolver las tareas. Imaginen la complejidad de tener dos o tres niños en edad escolar y una sola computadora en casa. Súmenle a eso la lentitud de Internet mientras todos estamos circulando memes a la velocidad de la luz. Agreguemos a eso los espacios en la casa. La computadora en la cocina mientras mamá prepara la comida y papá mira la televisión. Y siempre pensando en entornos de familias con un mínimo acceso a Internet y una computadora en casa, que funcione. La mayoría de nuestros niños no acceden a Internet, y la mayoría de sus padres no manejan más que redes sociales o juegos online.

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Pero, sobre todo, la mayor parte de los padres no son docentes. No tienen por qué saber que una consigna debe ser explicada tal vez tres o cuatro veces antes de que todo el curso la entienda, que hay algunos alumnos que van a haber terminado algo cuando los demás todavía no lograron darse cuenta de lo que tienen que hacer. No tienen por qué saber cómo explicar algo de dos o tres maneras diferentes y el docente no puede en la virtualidad preparar la tarea para cada caso. Es una tarea estándar, pensada para que todos puedan acceder pero no necesariamente al mismo ritmo.

Casi todas las conversaciones con los padres en estos días tienen que ver con la angustia que les genera a ellos que los chicos no terminen una tarea o que no puedan descargarla, o con que se van a atrasar, o a desaprobar, a perder el año. Seguramente los grupos de whatsapp de padres estén estallados con frases como “esta maestra está loca”, o “cómo pretende que hagan tanto”, algún que otro padre armará una carpeta y explicará al resto cómo acceder. Algunos se rendirán antes de empezar, y otros tengan todo al día y les parezca poca tarea. Como los chicos en el aula. La diferencia es que cada padre está a cargo de su hijo o hijos. El docente trabaja esa incertidumbre, esa necesidad de superarse, esa desesperación o ese desgano con todos sus hijos a la vez.

Creo que nos enfrentamos a un cambio de paradigma sobre qué decimos cuando hablamos de educación pero sobre todo de qué hablamos cuando hablamos de docencia. El conocimiento –por suerte- hoy está más democratizado que nunca en la historia de la humanidad. Todos podemos acceder al conocimiento y si quisiéramos podemos educarnos solos en nuestras casas si tenemos acceso a Internet. Plataformas como el canal Encuentro, o la página ABC de la provincia de Buenos Aires proveen material de sobra para eso; sin mencionar los cientos de miles de páginas educativas pagas que se pueden contratar por muy poco dinero o… los tutoriales en YouTube.

La enseñanza es otra cosa. Es el contacto personal con el alumno, es entender por dónde lo podemos enganchar para que quiera hacerse de todo ese conocimiento, es acompañar en la socialización y la mirada que tenemos del otro. Es entender que a Helena le gusta mucho más escucharlo a Mateo y que es obvio que tiene razón, pero por su bien la ayudamos a enfocarse para que desarrolle capacidades cognitivas, sociales, habilidades del pensamiento.

La virtualidad hoy por hoy es nuestra herramienta más preciada y los docentes argentinos están demostrando estar, en mayor o menor medida, a la altura de las circunstancias, poniendo su Internet, sus computadoras, sus tiempos extra y su conocimiento de las herramientas digitales y su uso educativo. Ojalá, a partir de ahora toda, la sociedad esté a la altura de nuestros docentes y reconozca también con un aplauso –por qué no- el silencioso pero constante trabajo profesional que están desarrollando para darle un marco de contención desde cada escuela, desde cada aula, desde cada campo del conocimiento a este momento histórico en el que todos pueden ver, como sabiamente dijo Helena, qué hacemos los docentes en el aula.

Infobae


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