Las 10:30 de la mañana y no llueve de pura casualidad. Todo aquel que camina por el Microcentro lo hace rápido —el cielo amenaza con venirse abajo—, salvo los turistas, que sonríen con toda su despreocupación mientras se sacan selfies afuera de la Casa Rosada. Ya no hay rejas y eso les divierte. Adentro, la Casa Rosada es una gran obra en construcción. Esquivando placas de yeso, bolsas y materiales se llega a lo que antes se llamó Museo del Bicentenario y que en 2016 Mauricio Macri le cambió de nombre.
Fue en la misma época que Cambiemos desmanteló el Plan Nacional de Lectura. Se había creado durante la presidencia de Raúl Alfonsín, año 1984, con el objetivo de llegar a los diez millones de niños, niñas y adolescentes que por eso entonces había en el país. Cinco años después, el menemismo lo empezaría a borrar y vendría un zigzagueo constante del Estado en asumir la necesidad de una política cultural en pos de estimular la lectura.
Hoy la situación es más que delicada. Según un informe de la UCA de principio de mes, el 59,5% de los niños de entre 0 y 17 años es pobre. ¿Pueden la educación y la cultura hacer algo al respecto? Todos los aquí presentes, sentados entre los restos arqueológicos de lo que fue el Fuerte de Buenos Aires, creen que sí. Es mucho más que una convicción; lo firmarían con sangre de ser necesario. Son una porción considerable del mundo editorial. Ahora, en minutos, se lanzará el Plan Nacional de Lecturas, así, en plural. Y eso los tiene expectantes.
En primera fila están Darío Sztajnszrajber, Mempo Giardinelli, Juan Sasturain, Canela y Alejandro Dolina. Más atrás, Oche Califa, Marcelo Figueiras, Graciela Bialet, Guillermo Martínez, Isol Misenta, Diego Golombek sin barba, Gustavo Nielsen, Mario Méndez, Ema Wolf. También los dirigentes sindicales Roberto Baradel, Sonia Alesso y Eduardo López.
Editores: Aurelio Narvaja, Ignacio Iraola, Daniel Divinsky y Carola Martínez Arroyo con su pelo fucsia, entre otros. Más escritores: Enzo Maqueira sobre la pared, Sergio Olguín, Silvia Schujer y Julián López. Todos conversan mientras la hora se hace chicle y el techo vidriado empieza a recibir las primeras gotas del cielo.
También están el presidente de la Cámara Argentina del Libro (CAL) Martín Gremmelspacher y la presidenta de la Fundación El Libro María Teresa Carbano que darán, dos pisos más arriba y una hora después, junto a Trotta y Piñeiro, una conferencia que funciona como complemento donde se aceptan preguntas del periodismo. Allí contarán, por ejemplo, que el presupuesto, a grandes rasgos, será de 400 millones de pesos y que se destinará a la impresión de libros en el primer semestre.
Tres minutos antes del mediodía, entre la hilera de granaderos, aparece Alberto Fernández. Lo acompañan los ministros Nicolás Trotta (Educación), Tristán Bauer (Cultura) y Marcela Losardo (Justicia y Derechos Humanos), las escritoras Claudia Piñeiro y Eugenia Almeida, y la flamante nueva coordinadora del Plan Nacional de Lecturas: Natalia Porta López, autora de literatura infantil y organizadora del Foro Internacional por el Fomento del Libro y la Lectura que se realiza todos los años en Resistencia, Chaco.
Trotta comienza señalando el “valor de la lectura recreativa” y asegura que el Plan Nacional de Lecturas será “democrático, universal, multiplataforma y digital”. “Nos comprometemos a que sea una política que involucre a todos los actores de la educación y de la cultura”, dice y agrega que es importante “sumar las lenguas originarias”. Luego cuenta que se creará un Consejo Asesor de Lecturas, una campaña titulada “Una que leamos todos” y el programa “180 lecturas posibles para 180 días de clase”. Por su parte, Piñeiro lee un poema de Borges titulado “Juan López y John Ward”, publicado en Los conjurados de 1985. Más tarde, Almeida hizo lo propio con “Golpe”, un texto breve de la autora chilena Pía Barros.
“Hoy nos despertamos”, dice Natalia Porta López ante los aplausos de todos los presentes. “Todos tenemos derecho a la belleza y al juicio crítico”, agrega en un discurso con varias interpelaciones al Presidente. Le pidió que la acompañe a leer a algunas escuelas; también “que se reglamente la ya existente Ley de Bibliotecas Escolares”. Para Porta López, “la lectura no es un espectáculo” sino un “acto de pedagogía y de vida”. “Podemos estar juntos en la misma página, pensemos como pensemos”, dice y luego asegura que ya hay medidas concretas, como la creación de una Red Federal de Mediadores, pero que el gran diseño se hará en febrero. “Creo en los horizontes colectivos, las llamadas utopías, que sirven para caminar”, concluye.
Lo primero que hace Alberto Fernández al tomar el micrófono es pedir disculpas por su demora. Luego: “Empiezo por confesarme analógico, soy un hombre que disfruta mucho de la lectura”, dice y enumera textos. Por ejemplo, el poema “Las causas” de Borges, que conoció al tiempo en que hacía un taller literario donde leyó, también, a Walt Whitman. Luego, el Presidente halagando a Borges comete un furcio literario, un pecado mortal para los borgeanos. Dice “Borges es más conocido por sus novelas que por sus poesías” y pisa el palito de los géneros: el autor del El Aleph nunca publicó una novela.
La poesía parece ser el género favorito del Presidente y no se priva de nombres: Pessoa, Dylan, Baudelaire, Bukowski, Borges, Whitman. Luego, en referencia al libro de Julio Cortázar dice con humor: “Yo soy un cronopio y creo que todo ciudadano tiene derecho a decidir si es un cronopio o es un fama”. Concluye de esta manera: “Este plan tiene mucho sentido: viene a poner un libro en las manos de un chico”. Los aplausos invaden todo el Museo de la Casa Rosada y queda inaugurado de forma oficial el Plan Nacional de Lecturas, así, en plural.
De todos modos, y pese al acto cerrado, nadie se va. Todos hablan y ríen como si estuvieran en un brindis de fin de año. Algo de eso hay. Dolina conversa con Sasturain y ambos ríen de algún chiste literario. Un manojo de escritores de literatura infantil se agrupa en un rincón de la enorme sala para ponerse al día. En otro rincón está Natalia Porta López. Muchos de los presentes la saludan, la besan, la abrazan, la felicitan. Le tienen fe. Festejan que al fin alguien vuelve a pensar en motivar la lectura, eso que Núria Espertllamaba la barandilla de los balcones: el sostén para mirar más allá.
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