Guillermo Jaim Etcheverry publicó en 1999 La tragedia educativa. La tesis de su libro, en pocas palabras, decía: la mayoría de los padres argentinos cree que la educación en general está en crisis. Al mismo tiempo, esos mismos padres argentinos creen que sus hijos reciben educación de calidad.
Jaim Etcheverry tiene una trayectoria académica prolífica. Empezó graduándose de médico con diploma de honor. En 1972, se recibió como Doctor en Medicina. Durante años fue investigador en el Conicet, en el campo de la neurobiología. En la UBA primero fue profesor, después decano de la Facultad de Medicina y luego rector de la casa de estudios. El año pasado fue elegido como presidente de la Academia Nacional de Educación.
20 años después, la tesis de su libro, ya convertido en célebre, sigue vigente. Incluso, en diálogo con Infobae, dijo que se acentuó: “La gente está satisfecha en general con la educación si bien perciben que hay una crisis. Y esa tendencia cada vez se profundiza más: el 70% de los padres piensa que la educación está mal o regular, pero el mismo porcentaje piensa que sus hijos reciben una buena educación. Es indistinto si van a escuela estatal o privada, si van a primaria o secundaria, si son ricos o pobres. Incluso, una encuesta de la UCA mostró que el 80% no cambiaría de escuela a sus hijos aunque ello implicara una mejora”.
-¿Esa paradoja también se da tan marcada en otros países?
-Es un efecto que los sociólogos definen como la idea de la proximidad, pero en Argentina es muy marcado. Y los resultados no acompañan esa presunción. Por eso yo hablo del país de los huérfanos. Los chicos que tienen tantas dificultades en las evaluaciones no son reconocidos por nadie como sus hijos.
-Ahí es un poco la discusión del huevo y la gallina. ¿Qué debería venir antes: el reclamo de la sociedad o la iniciativa de los funcionarios?
-La iniciativa de los funcionarios juega un papel muy importante. No creo que en la época de Sarmiento haya habido un reclamo de la sociedad por educación. Sin embargo, Sarmiento reconoció la importancia de la escuela pública para sostener la democracia.
-¿Por qué otros países vecinos sí logran avanzar y Argentina no?
-Principalmente por el desinterés y porque la dirigencia no toma medidas ni da ejemplos. A mí muchas veces me preguntan si eso se mantiene así para manejar con mayor facilidad a la gente…
-Si es algo intencional…
-Ojalá fuera intencional. Porque eso haría pensar que la dirigencia tiene un bien que no quiere compartir con nosotros. Los invito a que miren los hijos de los dirigentes y van a ver que son peores que los padres. No hay una idea de que tienen un bien que no quieren compartir. Directamente la educación no se ve como un bien.
-Si el próximo presidente le preguntara, ¿cuál sería la primera medida que tomaría en materia educativa?
-Primero dar el ejemplo de que la educación es importante. Educarse implica un esfuerzo. Aprender es un trabajo. Imagínese aprender a leer: es una tarea impresionante que necesita de un montón de mecanismos que se ponen en marcha. La secundaria, que es el tema de mayor preocupación, carece de sentido. No se sabe para dónde va ni para qué sirve. En forma irónica, suelo decir que es una larga preparación para el viaje de egresados.
-Usted es partidario de incluir una evaluación al final del secundario.
-Sí, me parece importante porque tendería a poner cierta presión sobre el sistema. Hoy van ahí para cumplir.
-Pero no que ese examen sea un filtro para la universidad.
-No, en absoluto. Es importante para que la secundaria tenga cierto sentido, para que no sea tiempo perdido. Me parece bien que haya ingreso irrestricto, pero al mismo tiempo tiene que haber una exigencia después. El abandono de los jóvenes en los primeros años de universidad es escandaloso. Llegan sin las herramientas necesarias.
-¿A dónde apuntaría?
-El mayor determinante es el entusiasmo que ponen los docentes. Eso es clave. Sin buenos docentes, no hay buena educación. La docencia está en crisis porque la sociedad no valora la profesión. Yo cuando hablaba con chicos del secundario en orientación vocacional les decía: “Vayan a sus casas y díganle a sus papás que quieren ser maestros. Después miren la cara que ponen. Por un lado, dicen que los maestros reciben tesoros de los hogares, pero, por otro, se resisten a que ustedes reciban tesoritos de otros hogares”.
-¿Y de qué depende que mejore esa valoración?
-Depende de la valoración de la educación en general. Hacer entender que aprender a hacer la raíz cuadrada, como decían el otro día, es importante. Más allá de que de grandes nos olvidemos cómo se hace, sabemos que tenemos mecanismos en nuestro interior que nos permiten resolverlo. Eso es lo que nos deja la educación: la dimensión de nuestras posibilidades como humanos. Yo estoy usando una frase que tiene 2800 años y pertenece a Hesíodo, un poeta griego contemporáneo de Homero. Él decía: “Educar a una persona es ayudarla a aprender a ser lo que es capaz de ser”.
-¿Qué reforma le haría a la carrera docente?
-Hay que hacer a la docencia una tarea de gran importancia. Tiene que ser muy reconocida primero desde el salario. Los maestros ganan poco porque a nadie le interesa lo que hacen. Cuando era profesor universitario, tenía amigos que me decían: “A vos te llega el telegrama de despido todos los fines de mes y no te das por aludido”. Hay que volver a valorar la carrera docente y eso se manifiesta también con mayores exigencias al ingreso. La Argentina tiene más de 1.300 institutos de formación docente. Es un disparate. Los países desarrollados tienen 30, 40, 50 como máximo. ¿Cómo se puede controlar la calidad de eso?
-En algunas provincias hay muchos profesorados porque es casi la única salida laboral para las mujeres.
-Claro, no me opongo a eso, pero tiene que ser hecho con la suficiente seriedad como para que lo que egrese de ahí tenga al menos un capital cultural mayor que el de los alumnos, que eso no siempre se da.
-¿Pondría examen de ingreso a los profesorados?
-No sé si examen de ingreso, pero una evaluación diagnóstica, una recuperación del conocimiento que no tienen. Así como la medicina afecta la integridad, también la docencia. A esas personas le confiamos lo más valioso que tiene el país, que es el cerebro de sus chicos.
-Usted también está a favor de publicar los resultados de aprendizaje por escuela, que es un tema que despierta polémica.
-Los padres tienen derecho a saber. Muchos países liberan sus estadísticas por escuela. Eso ayuda a mejorar, a comprometer a los equipos docentes, a que el Estado asista a las escuelas de peores resultados. Siempre me dicen que ya está más que diagnosticado el problema. Bueno, el paciente no se da por aludido ante ese diagnóstico. Hasta que cada uno de nosotros no entendamos que la crisis educativa está en nuestras propias casas, esto no se va a modificar. No se ven manifestaciones en las calles pidiendo por mejor educación. Incluso los que pagan no están preocupados por la calidad. Están por preocupados por que sus hijos tengan amigos, por que haya un campo de deportes.
-Nadie pregunta por los aprendizajes.
-Nadie. Porque el logro académico no es un logro que valore la Argentina. Una vez, tuve la posibilidad de conversar con un presidente y le dije: ¿Por qué no hace como hacía Bartolomé Mitre: vaya al Colegio Nacional Buenos Aires y siéntese en una clase? Eso da una idea de la importancia que tiene. Sarmiento construyó escuelas que eran palacios, en una época donde no había nada alrededor. Lo acusaban. Le decían por qué hacía esas construcciones para esa gente. Eso también educa: el edificio también educa. Por eso hoy tenemos muchas escuelas que se han convertido en shoppings.
-¿Qué piensa de las nuevas premisas pedagógicas?
-De lo único que se habla es de que estamos preparando gente para un futuro que desconocemos y que necesitamos habilidades del siglo XXI. Las habilidades del siglo XXI son las habilidades de siempre: un chico que no sabe leer y escribir, que no tiene capacidad de abstracción, que no se ubica en tiempo y espacio histórico, no puede hacer nada. Lo del siglo XXI es una construcción de personas que fueron educadas aprendiendo a leer y escribir. Eso es el resultado de la otra educación. Siempre hemos aprendido las habilidades blandas, pero lo hacíamos aprendiendo algo. Ahora el mantra es aprender a aprender. Pareciera que se puede hacer en un vacío de conocimiento.
-Hoy se dice que toda la información está en el celular.
-Es cierto que uno va al teléfono y encuentra todo. Pero lo que encuentra ahí son datos, no conocimiento. Para eso se requiere procesar la información. Los teléfonos no son inteligentes. Inteligente es el que lo hizo. El que lo usa puede ser un bruto. ¿O creen que todos los que van caminando por la calle con el celular son pichones de Bill Gates? No, son gente que usa una herramienta muy sencilla. Los chicos tienen derecho a ser creadores también. Los estamos formando como buenos consumidores. La capacidad de concentración para resolver un problema es fundamental. Hoy estamos totalmente alienados. La ciencia requiere concentración, el arte también. Las grandes creaciones humanas son resultado de imaginar y reflexionar.
Infobae